Tras su debut con Pusher: Un paseo por el abismo: Winding Refn se embarcó en dos proyectos tan personales y arriesgados que llevaron a su productora, Jang Go Star, a la quiebra. Como queriendo retomar su vena más exploit y comercial, sin dejar de lado, por supuesto, sus pretensiones de auteur total, volvió, ocho años después, al ambiente y personajes de su ópera prima, entregando, en dos años, dos entregas más, cerrando así una inesperada trilogía.
En Pusher II: Con las manos ensangrentadas, Refn recoge el personaje que protagonizara Mads Mikkelsen en Pusher: Un paseo por el abismo (y que injustamente desaparecía en su primera mitad) y lo lanza a una trama similar: Tonny sale de la cárcel buscando a su padre, alias El Duke, propietario de un negocio sustentado en los coches robados, para intentar hacerse un hueco en el negocio.
Es Pusher II: Con las manos ensangrentadas una película notablemente superior a su predecesora aunque no redonda del todo. Aquí ya vemos más notoriamente los rasgos estilísticos que explotarían en sus tres últimas películas: un uso asfixiante de la música electrónica, querencia por las tomas nocturnas y las luces de neón y una búsqueda de la verdad en sus personajes más por la vía de lo plástico que por la explicitud de los diálogos: por poner un ejemplo, maravillosa la larga secuencia en el club nocturno, donde aflora el NWR que todos amamos/odiamos, el de los colores saturados hasta el daño de iris, el que cuenta mucho sin decir apenas nada.
Toda la película está vertebrada por un aliento freudiano de matar al padre: Tobby debe acabar con el Duke para tener una vía de escape, y a la vez el hijo de Tobby, un bebé no deseado, tendrá que acabar con este, en una huida que tiene mucho de aliento poético y sucio. Ya solo queda enfrentarnos a la tercera parte y última, antes que el director danés comience a rodar su historia de vikingos: Valhalla Rising.
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