Pensadora, escritora y profesora de audiovisual antes que cineasta, se nota el bagaje de Margarita Ledo Andión en Nación, una película que sobrepasa todo lo previsible y evita la crónica periodística para erigirse en documental de autor o, mejor, ensayo cinematográfico sobre mujeres de clase trabajadora.
La lucha de las empleadas de la fábrica de cerámica Pontesa, en la ría de Vigo, echadas a la calle para especular con los terrenos en 2001 y sin la mínima protección social que garantice la supervivencia digna en personas con una edad que el mercado salvaje penaliza, es el episodio concreto sobre el que se construye un discurso de mayor calado. Esas mujeres están pendientes de la sentencia desde 2020, cuando se celebró el juicio. Por tanto, de entrada, la narración audiovisual de su caso, aún vivo, pone de relieve una función importante en el cine: servir de hemeroteca y de reconstrucción de historias que los periódicos cuentan a lo largo de los años de forma parcial, sin una perspectiva global que nos permita ver el alcance de acontecimientos como ese cierre.
Pero Nación va más allá de la crónica de un conflicto laboral o del documental sobre las condiciones de las mujeres trabajadoras. A Ledo Andión —cuyo compromiso con las mujeres gallegas se muestra también en A cicatriz branca (2012)— le interesa profundizar en una generación que trabajó en fábricas y adquirió conciencia de sí como mujeres, como trabajadoras y como ciudadanas. A esto apunta el título de la película tomado de la frase de una de las protagonistas («Tardámosche ben en ser nación») que subraya el tiempo que ha sido necesario en lograr la energía necesaria para luchar contra los atropellos, la conciencia feminista, valores de solidaridad y sentido de pertenencia a una comunidad y a una clase social. Esa frase constituye un enunciado antipatriarcal en esa generación de mujeres que accede a un empleo industrial y se ve expulsada y recluida en tareas domésticas o en trabajos de agricultura, ganadería o marisqueo que en Galicia han desarrollado secularmente.
La película se configura con elementos dispares y busca en el espectador ritmos diferentes; una polifonía audiovisual que se vale de fotos, grabaciones de televisión, cine familiar, testimonios ante la cámara y reconstrucciones donde la ficción expresa la verdad escurridiza. Por ello, se entremezclan las auténticas trabajadoras de la fábrica Pontesa con actrices; y se yuxtaponen secuencias del presente de las protagonistas con su pasado en el trabajo o en las luchas frente a la policía.
En el rico material de archivo, sin sonido directo, queda patente que el trabajo de fabricación de loza es aún bastante artesanal y únicamente aparecen mujeres —es de suponer que los varones omitidos ejercen de jefes…— y se muestran también otros fragmentos con los debates de las asambleas de trabajadoras. A esas filmaciones se contraponen las del presente con breves episodios, a modo de pinceladas, con la vida actual de esas trabajadoras, sus recuerdos y la maduración en cuanto mujeres y ciudadanas que adquirieron en las luchas pasadas, con la denuncia de un salario inferior a los hombres o las dificultades para la conciliación familiar. Ello permite al espectador una deducción elemental, pero que no hay que olvidar: en época de crisis laboral y social quien primero sufre las consecuencias son las personas más débiles, como se ve aquí con las mujeres y en otros sitios también con los emigrantes.
Más allá del mero acompañamiento o el convencional relleno por “horror vacui”, la banda sonora entra en diálogo con las imágenes en todo momento y con diferentes voces: a veces su silencio equivale a una pausa temporal e invita a la reflexión, en otras una música o ritmos singulares sirven para darle un talente específico a lo que vemos.
Tres cuestiones más hay que subrayar en este estimulante documental sobre mujeres trabajadoras en Galicia. Hay secuencias con poemas, canciones y danzas que, al tiempo que llevan al filme a otra dimensión estética, sirven para una contemplación y reflexión de mayor envergadura; y, ya en el tramo final, la secuencia con imágenes de archivo sobre mujeres que viven una especie de éxtasis religioso resulta muy elocuente al proyectar una perspectiva histórica y sociológica sobre los roles tradicionales asignados a las mujeres; y es muy pertinente el testimonio hablando a la cámara de Mónica Caamaño sobre sucesos de violencia de todo tipo sufrida por las mujeres.