¡Es el fin de un ciclo! No, no me estoy al Real Madrid en Europa sino a una generación de actores protagonistas que marcaron una época en el pasado y presente pero que ahora ya están mayores para el cine de hoy en día. La última película de Robert Redford, estrenada el año pasado, significó su despedida de la actuación tal y como ahora ocurre con esta Mula, de Clint Eastwood, otro de los grandes del cine clásico.
Se me hace difícil hablar de esto y no soltar una lagrimita porque este es uno de mis actores favoritos de todos los tiempos y un director que lleva a sus espaldas varios largometrajes memorables. El gran Redford sin compañero y sin destino, cabalga solo como el ladrón de bancos Forrest Tucker, así como también este Earl Stone que se pasa de la floricultura al contrabando de droga colaborando con un cartel latino que tiene a Andy García como su jefe. El más políticamente incorrecto Clint Eastwood, ese que nos encantó en la interpretación y dirección de Gran Torino, vuelve a hacer de las suyas cuando conduce catorce veces una camioneta cargada con un alijo de drogas a cada cual más grande. En sus continuos viajes, con paradas obligadas no previstas, el abuelo blanco y hetero, veterano de la guerra de Corea ¡eso pone en la matrícula! va a dejar pinceladas de lo que antes fue y lo que todavía es. Ese anciano carroza conduce como un chiquillo, se encara con cualquiera que pueda toserle y sale de cada peligrosa situación con un malabarismo ejemplar. Con él no pueden chuchos entrenados para detectar el delito, policías miopes sin sextos sentidos o auténticos asesinos que ven en él a un adorable viejecito sin fuerza para aplastar una mosca. Ese es su error, el de menospreciar a un Harry, el sucio que sin pistola hace más daño que cualquier arma empuñada por los malos de la película. Su verborrea, vocabulario cruel y maneras machistas, racistas y añejas se contraponen a un modernismo que tiene como ejemplos más claros la reciente mejora tecnológica, internet y telefonía móvil, una diana que es constantemente flechada por las saetas sin filtro de nuestro buen amigo.
En contraposición con este fuera de la ley que abusa de la confianza del enemigo y se aprovecha de su dinero y sus posesiones, encontramos a un abuelo adorable con su nieta que sin embargo arrastra la pesada losa del abandono de otros miembros de su familia. El trabajo y las amistades siempre han estado en primer lugar dentro de sus obligaciones dejando a un lado apartadas a algunas personas importantes como su mujer o su hija ¡con plantón incluido en su boda! Ese es el drama que tiene que soportar este hombre, una vida que no puede cambiar pero que si puede mejorar. Su triunfo personal no radica en llegar sano y salvo a su destino sino en ser capaz de acercarse a los suyos en los buenos y malos momentos, recortando el espacio que los separa. Un señor con gorra al que le falta llorar ¡es un hombre duro y eso no se hace! que baila lentamente y demuestra una fragilidad física evidente. La música aquí corre como el alcohol o se canturrea en varios automóviles a la vez ¡una escena cómica muy del gusto de nuestro querido director, aquel de la mala leche.
Una tercera historia, la primera es aventurera, la segunda dramática, se corresponde con una investigación policial sencillita con dos secundarios de lujo como son Bradley Cooper y Michael Peña. Estos buenos representantes de la ley se convierten en aquellos que quieren atrapar y encerrar a nuestro amigo, un papel incómodo que se suaviza con diferentes conversaciones vis a vis en cafeterías de carretera o moteles de mala muerte en donde pasar desapercibido puede salvarte el culo. Por momentos ambos me recordaron a Hal Slocombe, el investigador con el rostro de Harvey Keitel que en Thelma y Louise entiende al malhechor y se compadece de él. Está obligado a hacer su trabajo pero en el fondo le da pena ponerle las esposas a una o unas personas abandonadas por todos a su suerte, víctimas de las que han abusado y se han aprovechado mentes criminales.
¿Con cual de las tres historias debemos quedarnos? Cada cual que escoja la suya. La dramática que hace vulnerable al héroe, aquella en la que se encara con pandilleros y maleantes, moteras “bolleras” como ellas se autodenominan y negritos que necesitan ayuda en carretera para cambiar una rueda o la policíaca con persecuciones a cuatro ruedas y una imagen que no por ser más repetida tiene menos impacto. Ver a Clint Eastwood con la cara manchada de sangre a sus ochenta y ocho años, un Tata que se despide de nosotros sin agitar la mano ¡impone y mucho! En su más que posible adiós yo he visto a cada uno de los personajes que le han hecho único. Harry Callahan se ha abrazado con un predicador con poncho que ha escupido a un conocido sargento de hierro que le insultaba desde la distancia comiendo alambre de espino y meando napalm ¡Descanse en guerra, Clint!