El cine polaco es casi residual entre los espectadores españoles. Por eso la llegada a las carteleras de Mug, junto con la multipremiada Cold War, es una buena oportunidad para echar un vistazo a la cinematografía del país eslavo. Tras Cuerpo y Amarás al prójimo, dos títulos que hablan sobre la muerte y los abusos en la iglesia respectivamente, la directora Malgorzata Szumowska vuelve a ofrecer una película incómoda que satiriza aspectos de la sociedad polaca como su extremado catolicismo y un consumismo absurdo.
Mug se desarrolla en un pueblo de la Polonia rural, donde lo más interesante que ocurre es la construcción de una estatua de Cristo que competirá en grandeza con la de Rio de Janeiro. Jacek (Mateusz Kościukiewicz) es uno de los obreros contratados. Nada tiene que ver con sus vecinos: le gusta el heavy metal, no hace demasiado caso a la religión y rezuma alegría en un pueblo donde todo tiene un aroma decadente. Un accidente laboral le desfigurará el rostro y lo convertirá en el primer sujeto que supera un trasplante de cara en Europa. Lo peor no serán la operación ni la larga recuperación, sino el rechazo al que tendrá que enfrentarse una vez estrene su nueva cara.
Las sensaciones al ver Mug son encontradas. Por un lado, resulta interesante la crítica que hace el film de la sociedad y la religión. La mayor parte de personajes que rodean al protagonista son feligreses convencidos que no dudan en dar la espalda a Jacek tras el trasplante de cara. De nuevo vemos un ejemplo de que la gente odia y rechaza lo que no entiende o escapa a su entendimiento. Y eso es algo que la religión no puede (o no quiere) evitar. Incluso hace a uno reflexionar sobre si actuaría como ellos ante una situación así. Pero, por otro lado, se nota como una falta de energía en ciertas escenas que hacen que el largometraje no encuentre el ritmo adecuado y se quede muy cerca de aburrir al espectador. Por suerte este problema queda solventado gracias al efectivo, poderoso y contundente mensaje de la película. Malgorzata Szumowska apuesta por el camino de lo excéntrico para trasladar esta peculiar historia a la gran pantalla y, aunque a veces desafine un poco es cierto que le otorga a Mug una personalidad única y original. Ya la primera escena de las rebajas en el supermercado resulta surrealista, por no hablar de momentos extravagantes como la escena del caballo ambientada con música de la ruta del bacalao. La cosa no queda ahí. Para realzar el contexto tan particular donde se enmarca la acción, la directora impregna cada plano de un gris deprimente que hace que el protagonista resalte como único elemento optimista, a pesar de todo lo que le ocurre. Todo el mundo parece pobre, aunque lleven móviles de primera generación. Los edificios están recién sacados de un museo soviético. Incluso las fiestas que montan se ven cutres y desfasadas. Pero eso sí, tienen el honor de construir una estatua de Jesús que sorprenderá al mundo.
A la falta de humanidad de la mayoría se une la frivolidad de una sociedad que contrata a Jacek como modelo cuando aún ni siquiera ha superado su trasplante. Se ha convertido en el mono de feria del pueblo. Y a nadie parece indignarle.
Una historia que escocerá en Polonia pero que podríamos extrapolar a muchos otras lugares. Si hablan mal de ti, pero hablan, es que algo estás haciendo bien. Al final, nos queda la lección que Jacek nos da a todos. A pesar de que su cara nunca vaya a ser la misma su corazón si que lo será. Aunque no levanten un monumento en su honor.