Cuenta la leyenda que tras finalizar el rodaje de Los Vengadores a Joss Whedon no se le ocurrió otra cosa que irse a su casa un par de semanas a descansar y rodar esta adaptación de la famosa obra de Shakespeare. Durante doce días Whedon y muchos de sus actores habituales rodaron en la casa del director esta comedia sin cambiar lo más mínimo la letra de la obra del autor inglés. Creo que es algo que hay que tener en cuenta a la hora de valorar la película porque estamos en uno de esos casos de película sin pretensiones, aunque me pregunto, ¿hay alguna película sin pretensiones?
La falta de pretensiones afecta notablemente a la calidad final de Mucho ruido y pocas nueces porque Whedon no se complica lo más mínimo a la hora de dar algo de actualidad al tema, más allá del anacronismo consistente en que los personajes son del siglo XXI. Esta excesiva confianza en el texto provoca que la película se vea con agrado pero para el que conozca la obra no encontrará demasiados asideros que lo saquen de la pereza.
En el fondo esto es como ver a unos amigos pasándoselo pipa jugando a la Play y tú mirando lo bien que se lo pasan sin que te dejen participar. Hay que reconocer que los actores están todos espléndidos y que los diálogos shakesperianos mantienen un halo de frescura que hacen que la función sea todo lo divertida que puede ser, pero yo me sigo quedando con la versión de Kenneth Brannagh.
Mucho ruido y pocas nueces atraerá a los fans de Whedon a los cines y poco más. Que no es que le recrimine al director de Los vengadores nada en absoluto, pero hubiese agradecido que se hubiese trabajado algo más el tema.