Emilio Martínez-Lázaro es un fijo en esto de la comedia romántica, le avalan sus anteriores éxitos ambientados en el moderno País Vasco y la siempre conflictiva Cataluña de hoy. Le gusta eso de juguetear con una pareja joven que descubre el amor verdadero a golpe de gag visual o sonoro con un comienzo happy, un intermedio cruel y realista y un final que ya conocemos todos. No arriesga mucho ni en intenciones ni en situaciones pero es que esto le sale muy bien y no le hace falta mucho más. Para esta Miamor perdido ha contado con dos cómicos, de esos que están de moda y que nunca defraudan, un Dani Rovira que interpreta un personaje que él controla en la vida real y Michelle Jenner que cada día parece mejor actriz, con una naturalidad que echa para atrás.
Los dos enamorados se han conocido en extrañas circunstancias y tras unas malas experiencias con sus ex con los que han cortado en una noche de autos muy pero que muy especial la función acaba de comenzar. Es entonces cuando chico conoce a chica, chico y chica se enamoran y para sellar esa unión deciden adoptar una mascota que en este caso es un gato que recibe el nombre de «Miamor», un minino que sabe valenciano y que parece que quiere más a mamá que a papá. El director de Miamor perdido se vale de una relación tipo entre matrimonio con hijo y posterior separación para articular un argumento de mentirijillas, como las bromas que se dedican uno a otro en un escenario, en donde nada es lo que parece y todo se parece mucho a lo que esperamos. Con ellos están otros secundarios de lujo que a veces sobresalen más, como el conductor que recoge al representante y director de la obra de teatro en la que ellos intervienen o la propia ciudad que se convierte en un escenario con ojos y boca que se los traga sin pestañear, con calles vivas y lugares en donde el romanticismo puede cantar Malagueña o viajar en montaña rusa.
Mientras el primer acto de Miamor perdido presenta a todos los personajes, un grupo selecto y reducido, el segundo se fija en la ruptura de la pareja y la nueva situación establecida que hace daño tanto a ellos como a su hijo o mascota gatuna que intenta llamar la atención escapándose de casa o haciéndose el muerto. Entre medias tenemos muchos momentos de humor monologista con un profesional que se encuentra como pez en el agua arrimando el ascua a su sardina en todo lo que tiene que ver con la guerra de sexos, el malismo político y la rancia respuesta al modernismo progresista. Olivia es una actriz feminista de teatro alternativo que observa micro machismos en la vida cotidiana y que se rebela con uñas y dientes mientras que por el contrario Mario es un cómico conservador que ve “algo raro” el desnudo integral ante un público desconocido y que se siente incómodo con las relaciones que no llevan a nada y donde la experimentación y el carpe diem son los dos mandamientos más importantes. El tercer acto se reduce al ensayo y posterior estreno de una obra teatral en donde salen a relucir los miedos e inseguridades de cada uno con una lista de reproches que no deja avanzar la relación herida pero no suficientemente muerta. Una traca final valenciana de bromas de buen o mal gusto youtuber que arruinan la función y acaso la posibilidad de un futuro común very very pretty.
No acabo de cogerle el tranquillo al bueno de Martínez-Lázaro. En Miamor perdido la música siempre está presente y ameniza minutos de la basura aquí me saca de la película con momentos demasiado surrealistas que se alargan en el tiempo y que amenazan tocata de sirena. Tampoco resultan divertidas en grado sumo ni las caídas ni los encuentros fortuitos o callejeros con los que siempre nos intenta seducir. Equivocadas coincidencias que lían la madeja de lana con la que juega este gato que controla todo y a todos a su alrededor pero al que le falta esa gracieja que tanto pide y exige un guion como este, escrito a dos manos por Miguel Esteban y la hija del director Clara Martínez-Lázaro. No creo que se aprovechen del todo las posibilidades de actores como Javivi, Pablo Carbonell y otros que sabemos que tienen el humor metido en vena y que podrían haber resucitado algunos tiempos muertos. Se prefiere una sobredosis azucarada de Rovirismo y Jennerismo que aunque gusta acaba por cansar por ser algo que hemos usado y tirado estos últimos años en numerosas ocasiones. Quizás necesitemos otra cosa, la novedad ya no lo es tanto y pronto se convertirá en un dinosaurio que tiene todas las papeletas para extinguirse. El gato de Schrödinger como este Mi amor está vivo y muerto a la vez, como la relación que mantienen los dos protagonistas que comparten teorías y leyes de la termodinámica y actor ¿a que sí Vito Sanz?
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