Digámoslo ya: Con el viento, el debut de la catalana Meritxell Colell Aparicio, es una de las películas españolas más deslumbrantes de la última década. La realizadora, formada en el campo del documental, logra que su ópera prima en el largometraje de ficción sea una obra audiovisual que va mucho más allá de las palabras y la mera ilustración de un guion. Los gestos de los actores, los sonidos y las imágenes de los inhóspitos paisajes por los que transitan son el particular efecto especial de una cineasta que alcanza con este primer trabajo de larga duración, ganador de la Biznaga de Plata del Festival de Málaga de la sección Zonazine y presente en el el apartado Escáner del Festival Márgenes, lo que muchos experimentados colegas de profesión no consiguen en toda una carrera.
Lo hace sin imposturas ni poses forzadas. Todo está al servicio de la emocionante historia de una coreógrafa española residente en Buenos Aires que vuelve a su pueblo natal de Castilla tras la muerte de su padre para ayudar a su madre en la venta de la casa familiar. Contada así puede parecer algo ya visto, pero Colell consigue que sea única por su particular forma de usar cada uno de los elementos dramáticos y cinematográficos. El espectador mínimamente sensible es capaz de empatizar con su personaje principal a través de sus gestos, el sonido de ese viento casi omnipresente o las austeras y bellas imágenes del interior de esa España al borde de la más absoluta despoblación.
Uno de los aspectos más impactantes de Con el viento es la sabia dirección de su reparto, donde se dan cita intérpretes profesionales con otros que no lo son. Especialmente impresionante es el trabajo de Mónica García, bailarina en la vida real. Al igual que en una obra de danza, su trabajo se centra en la expresividad de su rostro y sus movimientos. Por otra parte, su compenetración con Concha Canal, la mujer que encarna a su madre, es perfecta. Ambas dotan de veracidad a su relación y que su labor no desentone con el de dos actrices con más experiencia, como la madura Ana Fernández o la joven promesa Elena Martín.
Por otra parte, Con el viento transmite verdad en cada cuadro. La particular relación entre los dos personajes principales, basado en la que mantuvo la propia realizadora con su abuela, respira verosimilitud. Se nota para bien que su autora tiene un bagaje importante en los territorios del documental y es capaz de trasladar aspectos del género a una película de ficción sin que chirríen en ningún momento. El largometraje sabe también trasmitir la nostalgia sin ser lacrimógeno. La añoranza de un tiempo pasado es claramente sensorial. Hay algo de la famosa magdalena de Marcel Proust en la preciosa obra de Colell. En este caso, es el fuerte aire, los campos de cultivo y los viejos utensilios los que provocan la rememoración de tiempos pasados y la tristeza por aquellos que dejaron el mundo de los vivos.
Sin ninguna duda, Meritxell Colell Aparicio nos ofrece un trabajo imperecedero que merece estar por derecho propio entre lo mejor de la mala cosecha cinematográfica española de este 2018.
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Si queremos que el cine sea cultura con mayusculas debemos inverir