Carlos Vermut, la cara B de Santiago Segura, vuelve al cine para dirigir su segundo largometraje, Magical Girl, una especie de Kill Bill existencial bañado de pullitas a la sociedad española actual.
Si de algo ha sido capaz su director a lo largo de su corta pero intensa carrera, es que se hable de su trabajo, tanto para bien como para mal, convirtiéndose en un pequeño iluminado entre los sectores más intelectuales de nuestro cine, viendo en la figura de Vermut, un soplo de aire fresco y el nuevo teen idol de todas las escuelas de cine, facultades y cine clubs de nuestro país.
Aunque el género cercene el drama y el cine negro, claramente estamos ante un western, dónde el espectador solo es capaz de apreciarlo una vez que acaba el visionado, con la mirada de Barbara escapando huidiza a la situación y lúgubrez de su destino.
Otro punto a favor es el tono, ese agobio y tensión continua ideada por su director la encumbran al olimpo de las películas malrrolleras. Parte de esa culpa también recae en sus actores, que interpretando a personajes con graves problemas mentales, hacen que el metraje avance hacia un futuro incierto, lleno de metáforas visuales y chicas manga. Los nuevos derroteros del cine patrio también pasan por Carlos Vermut, y hay que saber apreciar su continuo esfuerzo por hacer algo diferente, como si no hubiera experimentando lo suficiente en el mundo del cortometraje y quisiera ir un paso más allá en el largo.
En definitiva, Magical Girl es esa película que las más altas esferas sabrán apreciar, ‘le filme’ que será eje central del próximo debate en el Café Gijón, esa cinta que menospreciarás por sentirte decepcionado y obligado a que te guste.
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