Somos muchos —entre otros, su hermano y productor Agustín— quienes auguramos que con Julieta (2016) se cerraba un ciclo y que el cine posterior de Pedro Almodóvar habría de ser distinto. Ese título era el número veinte de sus largometrajes y culminaba treinta años de carrera: con él, daba la impresión de que el cineasta manchego ya había dicho todo lo que tenía que decir. Podíamos habernos equivocado, pero los dos largos siguientes, Dolor y gloria (2019) y Madres paralelas (2021) han ratificado un cambio de rumbo. Por su condición autobiográfica y su carácter de balance de una trayectoria, el primero, en realidad, es un gozne entre la etapa anterior y la que se abre ahora. Dolor y gloria hablaba del cansancio físico del cineasta, la nostalgia de amores perdidos y la esterilidad creativa; un director que no sabe qué historia contar y se agarra al recuerdo del “primer deseo” y la memoria del amor materno.
Este sentimiento, muy presente en Almodóvar y explorado con mayor dedicación en Todo sobre mi madre (1999), Volver (2006) y Julieta, es el cimiento sobre el que descansa la trama de Madres paralelas, con dos mujeres —la fotógrafa de mediana edad Janis y la adolescente Ana— que coinciden en el hospital para dar a luz sendas niñas. Como en otros títulos de Almodóvar, es una historia de mujeres con la figura del padre ausente o distante. De hecho, esos dos bebés son hijas no esperadas, pues han sido concebidas por azar, con los hombres fuera de la decisión de las madres que asumen felices su maternidad.
Los primeros planos de las bebés ratifican la ternura a la que el director es propenso, aunque su pudor le impida a veces expresarla. Como otros muchos, Almodóvar hubiera deseado ser madre (que no es lo mismo que ser padre, obviamente) y en esta película se plasma con enorme convicción el lazo emocional que une madres e hijos y el insobornable sentimiento de la maternidad: pocas veces el cine da cuenta de ello de forma tan plástica, muy física, como refleja el cartel con el pezón del que cae una gota de leche. Pero va más allá de los sentimientos y de las circunstancias de embarazos inesperados y de la “maternidad sobrevenida”; también queda constancia de madres biológicas con escaso apego hacia sus hijas, como Teresa (Aitana Sánchez Gijón) que dejó al padre la responsabilidad de criar a la niña. Profundiza en los derechos inalienables de toda madre incluso cuando un error hospitalario le arrebate a su hija biológica; y, complementariamente, se muestra el trauma de separación en la madre no biológica. Aunque no se explicita en la película, laten por debajo los casos de jóvenes madres solteras que fueron persuadidas y hasta obligadas a dar en adopción a sus hijos durante el franquismo y hasta en años posteriores.
Este engarce con la historia de nuestro país se potencia en la segunda trama de Madres paralelas: el derecho a abrir las fosas de la guerra civil y a proporcionar un enterramiento digno a quienes fueron fusilados sin culpa ni juicio. El cine de Almodóvar, un tanto refractario a la realidad histórica o política —solamente en el inicio de Carne trémula (1997) hay una contextualización precisa: el “estado de excepción” de finales de los sesenta— cambia ahora el paso para anclar esta ficción en sucesos que los periódicos vienen tratando en los últimos años. Sólo por este hecho ya tomamos nota del cambio de rumbo intuido tras Julieta.
Janis participa con otras gentes de un pueblo en la apertura de una fosa perfectamente localizada donde yace su bisabuelo. Logra implicar al antropólogo Arturo que, al final del filme, lleva al lugar un equipo que rescata los esqueletos arrumbados durante varias décadas. La historia de las fosas de la guerra se sitúa al principio y al final del relato de las madres; posee cierta autonomía, apenas interfiere en el relato marco y tiene un carácter didáctico que lo distancia del otro. Almodóvar explica que no hace «un ajuste de cuentas con nuestra historia, del mismo modo que los familiares de las víctimas no exigen otra cosa que una lápida donde poner el nombre de su ser querido y poder enterrarlo en un lugar digno donde puedan honrarlos. Es algo que a día de hoy la sociedad española les debe y es una deuda urgente porque ahora es la generación de los biznietos la que pide la excavación de las fosas»
Sin embargo, el hilo de la maternidad y de la filiación está presente en ambas historias. Del mismo modo que una madre se encuentra unida a su criatura por encima de cualquier circunstancia, los padres o los hijos de los fusilados han de poder rescatar los cuerpos y darles sepultura digna. No se trata de una apología de la familia —la filmografía de Almodóvar ha abogado por familias alternativas— sino de la protección jurídica, política y social a enterrar a tus familiares, del derecho inalienable a estar con tus hijos.
Este Almodóvar más comprometido resulta menos novedoso y apenas hay sorpresas en una historia que transmite emoción por el convencimiento con que está filmada. Además del siempre brillante diseño de producción, Madres paralelas se eleva sobre una interpretación de actrices excelentes, desde la protagonista absoluta Penélope Cruz a la más desconocida Milena Smit, pasando por Aitana Sánchez-Gijón que nunca había sido dirigida por Almodóvar y que está espléndida en su papel.