Supongo que a nadie le sorprenderá que la tercera película de la saga otorgue todo el protagonismo a los pequeños seres amarillos, prolífica fuente de merchandising, que constituyeron la verdadera novedad de Gru: Mi villano favorito: Los minions, unos enanos traviesos de balbuceante lenguaje y cómico aspecto que creímos desarrollados y criados por el científico loco a quien servían.
En esta ocasión, y evitando estirar una estructura que ya vimos bastante agotada en Gru 2 (la del villano de gran corazón), los Minions son protagonistas por derecho propio. Todos los humanos que aparecen son meros secundarios, mcguffin necesarios para hacer avanzar la sucesión de sketches y gags ideados para lucimiento de las criaturas amarillas. Chascarrillos de humor sencillo, que funcionan en sí mismos, que confirman la película como un título eminentemente infantil. Los ‘minionfans’ de mayor edad y los padres que acompañen a sus hijos al cine este verano encontrarán algo de aliciente adicional en elementos accesorios, tangenciales a los propios gags, como ver a una joven reina Isabel II de Inglaterra contando chistes en un pub o una acogedora banda sonora con éxitos de los Beatles, Turtles, Monkees o The Who.
Los Minions funciona bastante bien como entretenimiento veraniego, aunque como película se quede en cierto modo corta. Tras unos primeros minutos en los que la historia se desarrolla de forma bastante natural, llega el momento (con la aparición de Scarlet Overkill, la supervillana megalómana que toma el papel de Gru en esta ocasión) en que el hilo conductor que lleva a los minions de apuro en apuro, se tensa y se hace demasiado patente. Casi un Deus ex machina. Al final la trama resulta perfectamente olvidable, siendo los numerosos y entretenidos gags los que permanecerán en la memoria del espectador fuera de la sala del cine.
Lo cual no es malo.
Por lo menos uno seguirá con las ganas de volver al cine con niños intactas, no como tras sufrir algún episodio de la saga Alvin y las Ardillas…
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