Locke se presenta como una especie de road movie bastante inquietante, heredera del culebrón británico y con una puesta en escena teatral que la transforman en una de esas películas pequeñas dónde se hace fuerte la expresión ‘menos es más’.
Basándose en la máxima ‘hasta el mejor de los hombres tiene algo que ocultar’ asistimos a la caída de Ivan Locke en un trayecto en coche dónde los fantasmas del pasado y del futuro lo asolan, y todo gracias a un Tom Hardy descomunal, que ha demostrado que tras ese mazacote de músculos y mirada perdida de cani intelectual, se esconde un actor que es capaz de hacerte sentir tensión en el trayecto en coche que lo separa de Londres. Y es que Locke, es el cliché del hombre que viene de un pasado oscuro con trauma infantil adherido, pero muy seguro de si mismo y fiel a sus convicciones, que hará todo lo posible por cumplir su palabra, una especie del buen hombre típico de Frank Capra, John Ford o John Huston, extrapolado a la sociedad despiadada de nuestros días.
Es imposible no acordarse de La Cabina o Buried al ver Locke, tal vez esta última sea su referencia más directa por el uso descomunal que tienen de la telefonía móvil, y casi se le perdona ese intento de product placement que tiene al principio de una famosa marca de coches alemana.
Pese a que pueda parecer muy partidista y que estemos ante la película para modernukis de 2013 que será reconocida en 2020, hay que tener en cuenta lo difícil que es hacer de un argumento tan imposible, una película muy entretenida; después de todo, si resumimos al máximo la sinopsis nos quedamos con que Locke trata de un señor que va en coche mientras habla por el manos libre, muy apasionante a priori.
Todo esto, junto con la atmósfera que se desarrolla, y su juego de cristales reflejadas y luces de ciudad difusos, hacen de Locke una película a tener en cuenta que deja un muy buen sabor de boca.
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