Hay en Les Salauds una intención constante de convertir lo que podría ser una convencional película de cine negro en algo más abyecto y esquinado. La historia de este antihéroe (Vincent Lindon) que deja su auto impuesto destierro en alta mar para subsanar un oscuro suceso familiar no se aferra en ningún momento al camino fácil, ni a la complacencia con el espectador. El esfuerzo que se debe emplear en recomponer las piezas de este puzzle siniestro y en avanzar por este elíptico laberinto es evidente, pero la recompensa que se obtiene por dejarse llevar por unas turbias aguas parisinas es significativa.
La fatídica progresión que va tomando la película cobra matices más perversos gracias a la banda sonora de Tindersticks. El relato de venganza se desfigura, y se revela como una pesadilla de corrupción y depravación donde nadie conserva ni un ápice de humanidad.
Me interesa pues en Les Salauds la forma, el objetivo renovador y la atmósfera. Lo que a manos de cualquier otro director podría convertirse en artilugio plano y del montón, se transforma bajo la dirección de la francesa Claire Denis en un suculento y estilizado banquete de cine negro.