Con similar título al drama de Eugene O’Neill llega a las pantallas, con el eco de los aplausos de Cannes como acompañamiento, Largo viaje hacia la noche, la segunda película del cineasta chino Bi Gan (1989). Una pieza tan pensada como sentida, aunque trate de sentimientos más adivinados que formulados, con notable destreza en el rodaje y ambición en la historia de búsqueda que narra.
El protagonista Lou Hongwu emprende un viaje a su ciudad natal en busca de una mujer de la que estuvo enamorado; diríase que sin ella su vida carece de sentido. A través de un entramado de recuerdos y evocaciones, va recomponiendo su pasado. Pero llega un punto en que el relato se detiene para advertir al espectador que todo lo que viene es pura ficción. Desde luego, no menos -ni más- que la que acabamos de ver.
Bi Gan desarrolla su personal estética siguiendo a su personaje por lugares de incertidumbres (nieblas, oscuridades, humos, vacíos, callejones sin salida…) que corresponden a su propio estado emocional y a la amalgama de recuerdos, deseos o fantasías que bullen en su interior, que plasman el ánimo de ese hombre en pos de la figura desdibujada de su amada. Prácticamente toda la película constituye una sucesión de variaciones sobre ese deambular y esa búsqueda que, en su indefinición y polisemia, reflejan la impotencia para atrapar sentimientos seguros o la inexistencia de un camino trazado para fijarlos.
Con aroma poemático, sin afectación, Bi Gan denota en esta obra una personalidad y un lenguaje fílmico propios, potentes. Aunque no siempre el espectador logra sintonizar y, desde luego, la película exige un público motivado, muy dispuesto hacia una pieza que a ratos cuesta seguir en las emociones que plasma. Porque las divagaciones del relato –correspondientes al deambular del protagonista— llevan a un resultado más próximo al ensayo o al poema que a la narración al uso; ciertamente, la historia de la búsqueda es un débil hilo narrativo que explica motivaciones y sentimientos del personaje, pero apenas sustenta un argumento.
Mención aparte merece el asunto del 3D. Al principio, un rótulo advierte que no se trata de una película con esta tecnología, pero que invita a ponerse las gafas pertinentes cuando lo haga el protagonista porque el resto del metraje está en 3D. Pues bien, al margen de que en muchos cines se proyectará sin esa característica, lo cierto es que en un relato como Largo viaje hacia la noche nos sobra completamente esa supuesta tridimensionalidad que, dada la naturaleza de los espacios y tiros de cámara, apenas tiene relevancia. O sea, no aporta nada. Lo que sí resulta relevante es el hecho de que se trate de un plano secuencia de 50 minutos.
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