En el durante de La última bandera, una se pregunta constantemente… ¿seguro que esto es una película de Richard Linklater? Probablemente, el guión sea de otra persona y él simplemente está haciendo lo mejor que puede. Eso pensaba yo. Y después, ante la certeza de que todo lo que forma parte de la película lo ha decidido él y, lo que es peor, consciente y deliberadamente, al principio me enfadé bastante, y ahora vuelvo a confirmar que nunca es bueno buscar lo integral y absoluto en ningún referente artístico (ni realmente de ninguna índole).
Richard Linklater ha tenido la pasión, persistencia y talento suficientes para convertir el cine, como tal, en algo mucho mayor que el cine, en una de sus esencias fundamentales: la acción de comprender, compadecer y amar historias ajenas. Creo que, hasta el momento, nadie ha narrado a través del cine la intimidad y el afecto con un equilibrio tan ágil que es capaz de no caer ni en el triunfo del romanticismo, ni en el drama victimista. Seguramente muchos y muchas cineastas lo hayan hecho, y yo no lo he visto (la que dice que no le gustan los absolutos, vaya).
Linklater ha entregado durante años todo su ser al servicio de ficcionar la vida misma, creando historias y producciones tan tenaces que han llegado a trascenderle a sí mismo como autor. De hecho, cuando se le pregunta sobre el proyecto de una cuarta película de al trilogía Before, responde como si realmente él no tuviera la respuesta, sino los propios Cèline y Jesse. Tanto en Before… como en Boyhood, hemos visto guiones y direcciones tan brillantes que no nos hemos dado cuenta de que simplemente eran los afectos de la vida transcurriendo. Personas charlando, riendo, equivocándose, celebrando, queriéndose, y reflexionando mucho en voz alta sobre ello. Y por eso siempre he sentido a Richard Linklater como un narrador salvaje y honesto, no como un autor con pretensiones creativas ni aspiraciones de pertenecer a la alta cultura. Que a lo mejor si lo es, quién sabe…
¿La última bandera? No sé qué le ha pasado a ese Richard del que hablo. Tampoco creo que sus intenciones hayan cambiado. Creo que, sencillamente, no ha trabajado con la pasión de las anteriores historias, quizá porqué ni él mismo se la creía. El guión de La última bandera está contenido y confinado por alguna razón; no podría decir si por una especie de patriotismo y conservadurismo de Linklater que no conocíamos hasta ahora, y que no se atreve a enfrentar del todo, o por pura desidia, o infortunio, o porque, simplemente, no todas sus películas tiene que ser tan buenas.
Es un guión que abarca muchos temas por igual sin enfocarse en un mensaje concreto. Tiene un poco de todo y sigue fórmulas formales. Tres antiguos soldados del ejército que combatieron en Vietnam se reúnen 30 años más tarde para emprender un viaje con un objetivo noble y épico. Entre estos tres, los personajes de Bryan Cranston y de Laurence Fishburne son “cómicamente” antagónicos: un auténtico vividor del presente sin tapujos y sin propósito de vida, frente a un pastor evangélico devoto y lleno de sentido trascendente. Las dos salidas más extremas tras vivir un infierno como Vietman. Pero tampoco terminan de hacer mucha gracia. El personaje de Steve Carell es el hombre solitario, perdedor, mediocre y sin aspiraciones que falta para completar el retrato norteamericano, y que sirve para sacar el lado bueno de sus dos compañeros.
Con este planteamiento, al principio parece que el autor quiere retratar el sinsentido de morir, matar y sufrir irreversiblemente por algo como la patria. Pero eso es sólo lo que parece al principio. De verdad, Richard, espero que el final de La última bandera sea broma.
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