La novela La noche de la usina del argentino Eduardo Sacheri —autor del texto que dio lugar a la espléndida El secreto de sus ojos (J.J. Campanella, 2009) y ahora coguionista con su propia historia— sirve de base para La odisea de los giles, una comedia con elementos de fábula que lleva un título del que es preciso aclarar que “giles” sería en nuestro castellano algo así como “pardillos” o, quizá, “pringados”.
En efecto, los protagonistas son gente común, buenas personas que creen que los otros no les van a engañar, y que apuestan por el futuro de su pueblo juntando dinero para una cooperativa. Con mucho trabajo recaudan entre vecinos y conocidos, a golpe de sablazo amable, la cantidad precisa y guardan sus dólares celosamente en una caja privada en el banco. Pero un bancario maniobrero les convence de ingresarlo en cuenta… justamente la víspera del “corralito” del 2001 (año que se cita desde el guiño de la música inicial, de la banda sonora de la película de Kubrick). Se quedan a dos velas, humillados y derrotados. Sin esperanza ante la cooperativa que iba a dar vida al pueblo. Pero, a la vuelta de un tiempo, averiguan que el paradero de su dinero y van a hacer lo imposible por rescatarlo.
Después de tres lustros dedicados a series de televisión, el bonaerense Sebastián Borenzstein filma cinco largometrajes, tres de ellos protagonizados por quien puede ser el mejor actor argentino de su generación: Ricardo Darín. Un cuento chino (2011) tenía fuerza y convicción, como también, en clave más dramática, Capitán Kóblic (2016). Borenzstein le saca partido a los actores —diríamos que el veterano Luis Brandoni está teniendo una segunda existencia— y juega bien la baza de la comedia con un trasfondo de denuncia social, en la mejor tradición de ese género tan difícil.
El grupo de personajes componen una “troupe” variada, entre el sainete y el esperpento, que atrapa al espectador. Su ingenuidad y torpeza a la hora de maquinar cómo hacerse con el dinero nos hace gracia y hasta provoca ternura; pero su determinación para restaurar la justicia social y superar la condición de víctimas, de honrados ciudadanos burlados por el sistema económico y político de la Argentina de esa época aciaga, nos lleva a solidarizarnos con ellos. El director juega bien los diálogos y referencias episódicas, con mordiente y gracia: en efecto, los hijos de puta no se levantan y se miran al espejo diciéndose a sí mismos que tienen esa condición…
Es una lástima que La odisea de los giles no consiga el ritmo y la síntesis narrativa que pide el tratamiento de comedia: sobran reiteraciones y uno desearía mayor agilidad en el relato. Pero, aunque empañe el resultado, ello no impide disfrutar una película que, aunque no sea redonda, tiene enjundia, cuenta con buenos actores, resulta oportuna en su denuncia y nos hace pasar un buen rato.
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