¡Ya estaba salivando como un Pennywise cualquiera! Helen Mirren e Ian Mc Kellen en una película juntos, enfrentados y revueltos, parecía demasiado bueno y perfecto para ser verdad o una gran mentira, como el título del film de Bill Condon. De nuevo el actor británico se ha puesto a las ordenes del director que mejor le conoce convirtiéndolo ahora en un estafador en el Londres del 2009. Pegado a él en las mejores escenas nos encontramos a la mejor Helen Mirren de siempre dándole la réplica, dos viudos solitarios sin apuros económicos que buscan compañía, no animal, usando como celestina una aplicación de citas de internet.
¿De qué estamos hablando? pues de timos, engaños, robos y traiciones entre ladrones de guante blanco que pretenden dar el palo del siglo y retirarse a alguna isla desierta. Todo esto funciona muy bien hasta mitad de film, incluidas muertes de secundarios o torturas en carnicerías de barrio, lugares que rara vez frecuentarían un lord o una lady ingleses. De repente la cosa cambia y mucho y aunque los dos protagonistas salvan la función a golpe de presencia imponente y actuación inconmensurable el guión comienza a desinflarse incluyendo una nueva historia a través de flashbacks que en vez de dar información suplementaria agota al espectador que hasta ese momento disfrutaba como un enano.
Roy Courtnay ya no es ese bandido que controlaba todas las situaciones y que daba sopas con onda a todos, maquinaba en la sombra y siempre tenía un plan exitoso entre manos, Betty Mc Leish tampoco volverá a ser esa ancianita debilucha que se preocupa por los demás y que cuidaba de un nieto sabelotodo. El cazador duda, comienza a cuestionarse su modus operandi y flaquea en aquello que le convertía en un hombre peligroso, ahora los escrúpulos le devoran despístandolo para que no pueda intuir los detalles más nimios, los más terribles. La presa reacciona y escapa de la tela de araña en la cual estaba atrapada rompiendo el hilo que le sujetaba ¡otra historia diferente, un final inesperado!
El maldito viaje a Berlín ha cambiado la situación y el mago Condon ha escondido un conejo blanco en la chistera que nunca vimos ni sospechamos. Normalmente este giro final suele darse en películas de género criminal con cacos tramposos que caen en su propia trampa pero antes de que esto ocurra, se presente y se explique en teoría se nos habrán dejado unas pistas o evidencias que pondrán a prueba nuestra capacidad de observación y deducción ¡No os molestéis! no vais a encontrar nada de nada que sugiera aquello que se va a contar, vuestra imaginación podrá volar muy alto pero caerá en picado cuando amenace caerse el telón ¡era imposible verlo venir!
Así que lo mejor que puede hacer uno es recordar a la salida la elegancia de lo que debió ser y no se dio y olvidar lo que al final fue pero no se vio, los diálogos a la luz de una casita londinense o los monólogos silenciosos borrachos de alcohol.
Dos son a veces uno solo, pero magnífico, Helen e Ian, dos que deberían sumar, en ocasiones restan, vidas pasadas y presentes. Esta semana La gran mentira es mi segundo largometraje sobre ladrones, los unos giles argentinos, los otros caballeros y señoras de alta sociedad que otrora hablaban idiomas alemanes y soñaban con venganzas a actos impuros pero que ahora simplemente son distintas personas, con diferentes nombres y otra vida que enseñar o citar a lo Shakespeare.