Los espectadores aficionados al cine de juicios tienen en La chica del brazalete una solvente muestra. Y no es nada fácil construir un argumento que ofrezca alguna novedad en ese género tan cultivado a lo largo de la Historia del Cine como es el drama judicial. Además de las variantes de lugares y épocas, contextos sociales o políticos y otras circunstancias, el drama judicial es un formato cinematográfico muy agradecido: mantiene la intriga sobre la condena o absolución, permite el debate sobre la culpabilidad e inocencia, pone en escena debates morales de calado, indaga territorios inconfesables, se vale del arte excelso de los diálogos… y ofrece la ocasión a los buenos actores para un brillante ejercicio ante la cámara.
Aunque con experiencia como productor, Stéphane Demoustier filma su segundo largo que se basa en la argentina Acusada (Gonzalo Tobal, 2018), que pasó por las pantallas con más pena que gloria, y en nuestro país ni siquiera llegó a las salas. Parece ser que Tobal se inspiraba en el caso de Amanda Knox, una joven norteamericana condenada en Italia en 2007 por el asesinato de su compañera de habitación y absuelta más tarde por la Corte Suprema de Casación.
Efectivamente, Lise es detenida por el asesinato de su amiga Flora; tiene 16 años y locuras de adolescente, además de comportamientos libérrimos en el terreno sexual que no la favorecen precisamente en el juicio, año y pico después. Cuando éste llega, Lise está obligada a llevar en el tobillo una pulsera telemática —el engañoso “brazalete” del título— pero hace una vida relativamente normal. En el proceso todo apunta a su culpabilidad, aunque no hay pruebas definitivas.
Desde el punto de vista de la construcción dramática y del debate judicial La chica del brazalete no es muy novedosa: se sitúa en esas intrigas no resueltas que, en el fondo, plantean que la sociedad tiende a sancionar penalmente a quien reprueba moralmente, que puede haber culpables absueltos por falta de pruebas o, mejor aún, que no siempre los seres humanos conocemos la verdad. Y esto no debería ser nuevo, aunque nos deje siempre insatisfechos e incómodos.
Pero la película, con un estilo cuidado, directo y muy medido en la información que proporciona, va contracorriente no sólo en el retrato de la adolescente Lisa, sino también en el padre de origen marroquí y de improbable familia de clase media, o en la madre que parece despreocuparse o huir de la suerte de su hija al no asistir al juicio. En apariencia es una película más, pero detrás de la discreción y la apuesta por no cargar las tintas hay un buen drama judicial que dialoga con el espectador en todo momento.
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