Nuestro día a día está lleno de pequeñas escenas cotidianas y mundanas, y si alguien los grabara serían absolutamente aburridos. Sacar el lavavajillas, conducir, sentarse a leer, trabajar, pedir cita con el médico. Esas pequeñas piezas que forman nuestro día no tienen interés ninguno. Pero si en un documental de nuestra vida juntáramos unas cuantas escenas cotidianas de un día, con otras cuantas del día siguiente, y así durante un período aleatorio de nuestra vida, daríamos con un resultado curioso. Al verlo, empezaríamos a notar los paralelismos en todo lo que hacemos, llegaríamos a conocernos mucho mejor, y sobre todo, veríamos como la historia de nuestra vida se desarrolla ante nuestros ojos. En La camarista, Evelina (Gabriela Cartol) se dedica a limpiar habitaciones de un lujoso hotel en México.
Suele hacer su trabajo en soledad, aunque también interactúa con algunos de los clientes, y con los demás trabajadores del hotel. Eve es tímida y guarda sus palabras. Se sienta sola en el comedor, y habla con frases cortas que pronuncia con poca voz. Se muestra más expresiva durante la llamada diaria que hace a su hijo de cuatro años, al que debe dejar a cargo de una canguro durante sus largas jornadas. Pone todo su esfuerzo en el trabajo con la esperanza de que la asciendan a la planta más lujosa del hotel, la 42.
En La camarista, ópera prima de Lila Avilés, la cámara observa el día a día de nuestra protagonista mediante muchos planos fijos, o de movimiento lento, casando perfectamente con la labor de Evelina, pausada y solitaria. Vemos también las repeticiones que hay en su rutina: preguntar por el vestido rojo en objetos perdidos, la señora que le quiere vender fiambreras, la madre que le pide que esté pendiente de su bebé mientras se ducha… Gracias a estos paralelismos y las interacciones que va teniendo con los demás personajes del hotel, el personaje de Eve se va revelando poco a poco, y con ella, su historia.
El guiño a las diferencias de clases sociales es sutil pero muy acertado. El estado interior de Eve está claro en todo momento aunque no se diga de forma explícita. No hacen falta más diálogos, ni que la trama vaya mucho más allá que mostrar cómo una persona de clase social baja hace su trabajo; como describió la propia Avilés, “en su sencillez radica su profundidad”. La camarista es la compilación de esos momentos sencillos e íntimos que por sí mismos quizás no signifiquen nada, pero puestos uno detrás de otro, dicen mucho. Como la vida misma.