Confieso el prejuicio (positivo) y la debilidad del abajofirmante por Denys Arcand, el cineasta quebequés de una breve pero enjundiosa filmografía capaz de radiografiar las contradicciones de la sociedad capitalista en la era de la posmodernidad. Sus personajes se sitúan en encrucijadas y dilemas existenciales en una tensión nada fácil, pues su pasado de idealismo jipi chirría en un presente de escepticismo, decepción y rendición al dinero, al igual que sus apuestas juveniles por el amor libre han quedado devaluadas con el sexo insatisfactorio. Conforme pasa el tiempo, estos tipos —los mismos actores a lo largo de los años— se duelen de su decadencia física y crece en ellos la preocupación por la enfermedad y la muerte.
Arcand se dio a conocer internacionalmente con la espléndida El declive del imperio americano (1986) y el título dado a su nuevo trabajo, rodado con 78 años, parece cerrar su filmografía de una escasa decena de largometrajes. Hay que destacar la continuidad que suponen Las invasiones bárbaras (2003) y La edad de la ignorancia (2007). También me parece muy significativo del espíritu posmoderno de pensamiento débil y creencias puestas en cuestión Jesús de Montreal (1989).
A diferencia de sus títulos anteriores, cuya estructura narrativa se decantaba más por la sucesión un tanto caótica de secuencias de causalidad débil y por el trenzado de conversaciones, en La caída del imperio americano el director canadiense se vale de una más convencional trama de intriga. El protagonista, Pierre-Paul, un joven doctorado en Filosofía que se gana la vida como mensajero con una furgoneta, se ve envuelto por azar en un atraco que termina en un caos y le saca partido a la situación quedándose con el botín. Tiene la ocasión de desmentir la acusación de fracasado con que le ha herido su novia (empleada de un banco: o sea, poseída por la lógica del sistema), que argumenta que si no logra una mejor posición social es porque no es inteligente. Por el contrario, él sostiene que sólo triunfan los necios que coinciden con los intereses de las grandes empresas.
Evitar que la policía le atrape y conseguir blanquear los millones del atraco se convierten en una tarea difícil. Pierre-Paul lucha y encuentra la alianza de un expresidiario que estudia finanzas (Rémy Girard, presente en todas las películas de Arcand citadas más arriba, siempre en roles de tipo irónico y listo) y de Aspasia, una belleza joven de la que el mensajero queda prendado.
A pesar de la intriga y de la mecánica próxima al cine criminal, que no se engañe el espectador: el protagonista Pierre-Paul es un tipo que argumenta con el imperativo moral de Kant, le fascina que una mujer se llame Aspasia, como la maestra de retórica y esposa de Pericles, y suele citar ideas y sentencias de pensadores y filósofos. Por tanto, lo esencial no está en los recovecos argumentales, aunque resulten muy gratificantes para el espectador en sus derivas inesperadas y giros muy entretenidos. Como revelan los planos finales de rostros de personas “sin techo” anónimas —y como se plasma en el propio cartel con una estatua de la Libertad neoyorkina cuya antorcha sirve para quemar dinero—, detrás de la historia de La caída del imperio americano hay un discurso muy explícito y combativo sobre la perversión del dinero en la sociedad actual.
De entrada, Arcand plantea que las finanzas y los límites sobre su legalidad no es que resulten difusos, sino que dependen de la cantidad de dinero o, lo que es lo mismo, del poder. El robo deja de ser tal —o sea algo social y moralmente reprobable además de ilegal—cuando se es muy rico y se emplean mecanismos de enriquecimiento, lavado de dinero, compra de voluntades de jueces o gobernantes… Al poderoso (banquero Taschereau) no se le puede defenestrar por los auténticos delitos económicos, sino por la trampa en que cae cuando la policía le pone el cebo de una menor con quien tener sexo. De forma simétrica, la rehabilitación de los delincuentes pasa no por renunciar al robo sino por un aprendizaje de la “administración de empresas” y la asimilación de reglas y mecanismos que permitan el robo legal o, si se prefiere, uno tan sofisticado como para que no haya pruebas ni damnificados. De hecho, el dinero que obtiene el protagonista procede de lo que un delincuente se roba a sí mismo…
La caída del imperio americano y el fracaso de las democracias occidentales se evidencia, según Denys Arcand, en el primado del dinero que lleva a una fuerte estratificación social, a una compleja economía financiera (o sea, no productiva) y a la integración de beneficios procedentes del crimen organizado. Ello tiene como consecuencia la exclusión social, la marginación de minorías étnicas, inmigrantes, enfermos crónicos, desahuciados y otras personas abocadas a la mendicidad. Ya desde el principio, el filósofo obrero Pierre-Paul, que es demasiado inteligente como para hacer carrera y enriquecerse, dedica su tiempo libre como voluntario en una ONG de apoyo a esos excluidos. Y los citados planos finales de esas personas refuerzan cuál es la apuesta del protagonista y del propio director en la sociedad que idolatra el dinero. Toda una tesis y un imperativo moral que no debe pasar desapercibido tras la entretenida y divertida narración de intriga.