A veces llegar a la excelencia en una disciplina cuesta sangre, sudor y lágrimas. Ese mismo sudor que proclamaba casi gritando Lydia, la profesora de danza de Fama y que se dejó en los escenarios una bestia de los escenarios como fue la bailarina Loïe Fuller, norteamericana de nacimiento y francesa de adopción. La directora Stéphanie di Giusto dirige su mirada al arte y trabajo de una mujer que llegó a ese mundo casi por accidente, ella quería ser actriz, convirtiéndose en un icono del París de fin de siglo, la capital de la vida moderna y bohemia. Sus comienzos algo accidentales y plagados de infortunios y encuentros desagradables, el estreno más sonado y agradablemente sorpresivo, una carrera plagada de éxitos y un declive que coincide con la aparición de otra bailarina no menos importante en la danza europea como es Isadora Duncan. Todo esto es lo que nos ofrece este film francés, rodado en el 2016.
A través de los ojos de esta fuerte artista viviremos el amor más apasionado por un noble, un Conde mecenas que le alquiló su castillo, personaje inventado que intenta alejar la idea de que Loïe Fuller mantenía relaciones sexuales solo con mujeres. Alguien que le hizo coquetear con las drogas pero que no le impidió convertirse en una artista total dominando la escenografía, la coreografía y la danza llegando a ellas de una manera autodidacta. Utilizó como trampolín los cabarés de la Belle Epoque para llegar conseguir hacer realidad su sueño, actuar en la Gran Ópera de París antes de darse cuenta de que debía dar paso a nuevas generaciones que llegaban pisando fuerte como su alumna y luego rival Isadora.
La relación amor-odio que se estableció entre ellas es quizás uno de los platos fuertes de La bailarina. Cada una de ellas llegó a la cima de la fama de manera diferente, una con sacrificio, grandes esfuerzos y sufrimiento físico extremo que le costó su salud y la otra de manera menos dolorosa, aprovechando sus cualidades innatas. Loïe, interpretada por la cantante francesa Soko, no se fijó en nada y nadie para construir y dar forma a su vanguardista y revolucionaria manera de moverse en el escenario. Lily-Rose Depp, hija de la cantante Vanesa Paradis y el conocido actor Johnny Depp, aquí una joven y bella Duncan sin embargo estudió en las mejores escuelas y se rodeó de todos aquellos que podían enseñarle algo que pudiera abrirle las puertas del éxito o concederle algún tipo de privilegio y regalo. Enamorada del mundo clásico y con un cuerpo perfecto para este arte bailaba descalza sin preparar nada antes, un prodigio de la improvisación y un talento natural, todo lo contrario que su maestra que nunca dejaba nada libre a su control o estudio dejándose ver muy poco y alternando en muy contadas ocasiones con sus admiradores. Dos maneras diferentes de vivir y disfrutar con el baile, dos estilos muy distintos de expresar lo que cada una llevaba dentro. Barroquismo con la utilización de espejos, telas, plataformas y luces o clasicismo con coreografías sin artificio alguno.
Es importante hacer ver a los jóvenes que comienzan ahora en este mundillo que no todo comenzó en la calle en los ochenta o actualmente en las academias privadas. Anteriormente el baile era un arte que dominaba y reinaba en los teatros, circos o importantes lugares como la Ópera de París con personajes de una personalidad apabullante como esta Löie Fuller que rompió con todo y superó todas las barreras que colocaron a su paso antes de convertirse en un referente para las generaciones futuras.
Su amiga y socia, Gabriel Bloch creyó en ella desde el principio y La Bailarina no le defraudó. Esta es su historia que debe ser conocida, esta gran película dramático musical, un vehículo para dicho fin.