La nostalgia, ese sentimiento ancestral como ‘el-trabajo-más-antiguo-del-mundo’ es una de las características que mejor define al ser humano. Estás un domingo por la tarde en casa, asqueado de la vida y queriéndole poner freno al minutero que cual máquina del tiempo cutre, te llevará a un Lunes Atroz, entonces recuerdas aquellas películas, por ejemplo, de los 80. Esa ‘innecesidad necesaria’ de que cosas fuera de todo sentido ocurriesen: ser más duro que el hormigón armado, tener siempre la última frase recurrente, que la chica y su pelo cardado se enamoraran perdidamente del protagonista, soldados chinos ninjas y magos ancestrales de tiempos lejanos y culturas desconocidas.
Todos y cada uno de esos clichés, añadiendo el más recurrente de todos en los últimos tiempos, el cliché de los nazis, son muy bien llevado por Kung Fury, conformando una amalgama de sueños húmedos de todo postadolescente ochentero.
Kung Fury, es lo que pasaría si videojuegos como ‘Doble Dragón’ o ‘Cadillacs & Dinosaurs’ tuvieran una noche alocada con las películas de la Cannon o John Carpenter y, nueve meses después, naciera un portentoso criajo que hubiera sacado lo mejor de la madre y el padre, siendo capaz de presentar nuevas armas con las que conquistar el mundo. Quizás haya perdido un poco el norte en la comparación y haya creado la fórmula secreta del nuevo alguacil universal que pondrá bajo su yugo nuestra existencia como seres humanos, pero precisamente eso es Kung Fury, un batiburrillo sin sentido de nostalgia, capaz de mantenerte alerta y pendiente de la pantalla durante sus apenas 30 minutos de duración.
Pero volvamos a la nostalgia por un segundo, la misma que ha hecho que la Marvel decidiera dar luz verde, para mí al menos, a una de sus mejores películas de todos los tiempos, hablo de Guardianes de la Galaxia, que se movía entre la nostalgia del cine ochentero y los seriales de los años cuarenta, o Mad Max: Furia en la carretera, que ha vuelto a poner en la palestra el cine de acción analógico (al menos en algunas partes), devolviendo a George Miller al terreno, alejado ya de animar pingüinos en 3D. La nostalgia nos ha devuelto lo que queríamos, aunque no lo supiéramos, todos aquellos que empezamos a ver cine a una edad temprana, crecimos con esas películas sin sentido dónde el exceso era sinónimo de un ‘buen argumento’, más tarde vendría el cine ‘paraíto’ y las largas charlas existenciales de otros géneros, pero aquí es dónde empieza todo, en un base de la Antártida mientras la ataca un ser del espacio exterior o en un barrio chino, dónde queremos rescatar a esa chica rubia que tanto nos ha vuelto loco.
Tal vez, me gusta demasiado hablar con condicionales demostrando que no estoy para nada seguro de lo que digo, el éxito de Kung Fury no se quede solo en su contenido revisitado y audaz, ni en la infinidad de gags que han sido capaces de hacer, o en el respeto absoluto que tiene la trama por no tomársela en serio; tal vez la culpa del éxito de Kung Fury también tenga la democratización del medio por el que ha sido distribuido, de manera libre en Youtube para todo el mundo, salvo para algunos países alocados de Europa con sus normas sobre la piratería que en España jamás comprenderemos. Así pues, Kung Fury pone en manifiesto que hay otros modos de llegar a la gente, aunque todavía está por ver si son los más satisfactorios, económicamente hablando, claro.
Ojalá, alguien sepa ver el filón de esto, y lo lleve todo a buen término, aunque en la industria del cine estos dos términos sean fruto de la antítesis, y nos regalen una segunda parte, o una primera en versión largometraje, del Kung Fury, pero con más dinero privado y sin necesidad de recurrir a campañas de crowdfunding, las cuales están demostrando cada vez ser más necesarias para el desarrollo de artistas, pero llegando a contemplarse como unos cimientos de paja en una industria construida con cemento armado.
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