Cada vez son más los nombres que se suman a la lista de cineastas japoneses de proyección internacional. Directores como Akira Kurosawa, Yasujirō Ozu o Kenji Mizoguchi han sido estudiados en diferentes países como los padres del cine nipón, aquellos quienes crearon los cimientos de la cinematografía del país. No obstante, y sin negar la importancia de estos autores, a la historia se le olvida frecuentemente mencionar el nombre sus madres, las primeras cineastas que lucharon contra un país inminentemente conservador y consiguieron firmar los primeros proyectos audiovisuales dirigidos por mujeres en Japón. Kinuyo Tanaka es, si bien no la primera directora en Japón –título que le pertenece a la a menudo olvidada Tazuko Sakane, cuyo trabajo ha sido perdido por completo–, sí es la gran pionera en la dirección cinematográfica nipona.
Tanaka, conocida internacionalmente por ser probablemente la actriz japonesa más popular habida hasta la fecha, trabajó como actriz en películas de los grandes autores japoneses que mencionábamos anteriormente –Ozu, Kurosawa, Mikio Naruse,…–. Además, Tanaka fue la gran musa del maestro Mizoguchi, con quien participó en algunos de sus títulos más relevantes –Cuentos de la luna pálida (Ugetsu monogatari, 1953), El intendente Sansho (Sansho Dayu, 1954) o Vida de Oharu (Saikaku ichidai onna, 1952)–.
Habiendo conquistado medio mundo frente a la cámara, en 1953 comenzaría su carrera detrás de las mismas, dirigiendo su primer proyecto: Carta de amor (Koibumi, 1953), un drama romántico que tomaba lugar en las tierras japonesas al final de la Segunda Guerra Mundial. Íntimamente unida a las consecuencias de la guerra en los habitantes, Tanaka nos presentaba así una historia de romance compleja en la que se dejaba entrever el nacimiento de una autora con mucho potencial.
Dos años después, en 1955, estrenaría nada menos que dos nuevos largometrajes: La luna se levanta (Tsuki wa noborinu) y Pechos eternos (Chibusa yo eien nare). En La luna se levanta volvería a filmar un drama romántico, pero en esta ocasión contaría con un guion escrito por su mentor y amigo Yasujirō Ozu. La película se convirtió en todo un tributo al cineasta japonés, cuya esencia está presente en todo el largometraje.
Su siguiente trabajo, que se estrenó en el mismo año, acabaría siendo la obra maestra de Kinuyo Tanaka: Pechos eternos. Esta sería su primera colaboración con la guionista Sumie Tanaka, siendo de este modo la primera película escrita y dirigida por mujeres en el país del sol naciente. Inspirada en la vida de la poetisa Fumiko Nakajō, Pechos eternos muestra una sensibilidad y un personaje femenino totalmente innovador y avanzado para su época. El divorcio, la emancipación de la mujer, el cáncer de mama y la figura de la mujer artista son protagonistas por primera vez en una obra única que, siendo injustamente olvidada, merece un alto reconocimiento no solo por estar adelantada a era, sino por la belleza con la que muestra sus imágenes y la maestría con la que está escrita y dirigida.
En 1960 llegaría el cuarto film dirigido por Kinuyo Tanaka, La princesa errante (Ruten no ôhi), que volvería a contar con un guion escrito por una mujer, siendo en este caso Natto Wada. En esta ocasión volvemos al drama romántico, ambientado en las décadas de 1930-1940, y teniendo como un protagonista más a la guerra chino-japonesa. Tanaka volvería a presentarnos un personaje femenino que se salía por complejo de los estándares de estos años, donde encontrábamos únicamente a princesas, mujeres ingenuas o concubinas, y nos traería a una mujer que está dispuesta a sacrificar su felicidad por el bien de su pueblo.
La noche de las mujeres (Onna bakari no yoru, 1961) supondría otra de las grandes películas de Tanaka, que colaboraría por segunda vez con Sumie Tanaka como guionista. De nuevo nos encontramos con una obra totalmente adelantada a su tiempo, donde una prostituta debe emprender una nueva vida tras el cambio de ley que vivió Japón donde se prohibió la prostitución. La forma en la que el film trata a su protagonista, con un respeto y sororidad dignos de alabanza, ponía la guinda a una pieza que aludía a las mujeres de forma directa.
La carrera como cineasta de Tanaka acabaría en 1962 con el estreno de Amor bajo el crucifijo (Ogin sama), su sexto y último film. En este drama de época que refleja los tiempos de los samuráis, el amor prohibido volvería a ser eje central en la que, no obstante, sería su obra más al uso.
Así pues, con una filmografía breve pero de gran magnitud, Kinuyo Tanaka pasaría a ser, como mencionábamos, la gran pionera del cine en Japón. Gracias a la popularidad y cariño del público del que gozaba la actriz, habiendo sido instruida por Ozu y por Mizoguchi detrás de las cámaras, y contando con el favor de los estudios cinematográficos, su salto a la dirección fue más que posible a pesar de encontrarse en un país tan tradicional, siendo tal el apoyo externo que sus películas se venderían por todo el país como “películas dirigidas por una mujer”.
Es por todo ello que nadie merece más una retrospectiva que Kinuyo Tanaka, autora que no solo merece destacar por ser una pionera, sino por la sensibilidad con la que trazaba unos personajes femeninos tan innovadores y especiales.