Josee, el tigre y los peces, la complejidad de la representación

Uno de los recuerdos audiovisuales más poderosos de mi infancia es de un episodio de Oliver y Benji (lo que ahora, en esta ola de globalización, se hace llamar Captain Tsubasa). En él, Julian Ross (Jun Misugi en versión original), enfermo de corazón, decidía jugar un último partido contra Oliver, exigiendo que lo diera todo sobre el terreno de juego. Pero en un momento dado, no aguanta más, y, como público impasible, solo podemos ver el campo de fútbol en cenital y el sonido de su corazón parándose en seco.  En una época en que la mayoría de la animación que podíamos ver en España trataba de niños muy buenos contra adultos muy malos, una serie que diera un paso más allá y mostrara otras realidades del día a día era tan sorprendente como adictiva. Más adelante aprenderíamos que eso tiene otra palabra: representación. Y es que el mundo del manga y el anime (especialmente en Japón, donde se produce una cantidad absolutamente inabarcable de obras) no solo es el Naruto o el Marmalade Boy de turno: en su afán por llegar a todos los hogares, hay una colección por cada persona, desde ejecutivos hasta panaderos, madres solteras, niños muy pequeños y, claro, personas discapacitadas como en Josee, el tigre y los peces

Josee, el tigre y los peces

Josee no es el primer personaje en silla de ruedas de la historia del manganime (ahí está Ayase en Guilty Crown o Johnny Joestar, uno de los Jojos de Jojo’s Bizarre Adventure), pero la película que protagoniza tiene la importancia de traspasar los muros de la ficción para contar un melodrama que, si bien podría estar filmado con actores reales (hay dos versiones de la historia, de 2003 y 2020), gana gracias a las virguerías que el estudio Bones es capaz de aportar. 

No deja de ser curiosa la elección de Bones, que desde 2007 no hacía una película que no fuera continuación o spin-off de una serie (la notable El samurái sin nombre). Se notan los años de experiencia: la animación no renquea en ningún momento, se permite el lujo de hacer pequeños experimentos y las escenas clave dan el do de pecho con la fluidez y el tono que la historia precisaba. Y eso que la historia en sí puede que no sea nada del otro mundo (chico con ganas de irse a ver mundo y bucear conoce a chica en silla de ruedas con los sueños truncados y se enamoran pero se lo callan porque son japoneses, al fin y al cabo), pero el guion es una pieza de orfebrería estupenda, que se toma su tiempo en que comprendamos las personalidades, los traumas y los recovecos emocionales de los personajes: Josee, el tigre y los peces es una película que se salva de pasar desapercibida por la fuerza sentimental de sus protagonistas.

Josee, el tigre y los peces

En malas manos, Josee podría ser una joven enamoradiza y débil, pero Sayaka Kuwamura sabe darle todas las capas necesarias hasta conseguir una personalidad compleja, con una capa de maldad y bordería que realmente tapa sus inseguridades latentes a lo largo de los años, su curiosidad por un mundo que le es totalmente ingrato, su miedo por no ser nada más allá de la silla de ruedas… Josee es un personaje fabuloso, complejo y al mismo tiempo tan bien medido por sus frases y sus actos que es imposible no comprenderle en cada momento. 

Es más: la película huye por completo de convertir a Josee en un personaje puro y perfecto para sobrecompensar o tratar de no abrir heridas. Josee es maleducada, no sabe comportarse en sociedad, cae mal de primeras… Esta imperfección hace que aún brille más, y la decisión del guion de no ir por el camino sencillo se agradece. Lo mismo ocurre con Tsuneo, que en lugar de ser el frontón para darle la réplica a Josee es un personaje con sueños, esperanzas y que aún está aprendiendo a disfrutar de la vida. Cada uno de los secundarios, aunque solo aparezca un par de escenas, tiene una personalidad tridimensional y realista, que va más allá de lo que, tristemente, el anime nos tiene acostumbrados en muchas ocasiones.

Es cierto que aunque el guion es magníficamente humanista y trata a sus personajes con el amor y la dedicación que merecen, la trama no está tan a la altura, más allá de su acercamiento a la amistad y al amor que se sale de los cánones. El final se hace cuesta arriba, y el giro con Tsuneo solo funciona porque la película se ha preocupado de que queramos a los personajes: de otra manera pincharía, sería efectista, aburrido y terriblemente forzado, un tercer acto telenovelesco y que no pega bien con el resto de la trama.

Josee, el tigre y los peces

Pero Josee, el tigre y los peces no debe ser juzgada por sus errores, sino por sus muchísimos aciertos: el cariño puesto en la personalidad de los protagonistas, el crecimiento interior de Josee, sus preciosas escenas post-créditos, la animación sobresaliente, los fracasos y los éxitos de una rutina en la que cada pequeño atrevimiento es un éxito increíble. No, no es una obra maestra ni intenta serlo, pero quizá es la película que más esperanza tiene en la humanidad de los últimos años. Solo por eso ya merece la pena echarle un vistazo.

Josee, el tigre y los peces (Kotaro Tamura, 2020) ⭐️⭐️⭐️⭐️

Josee, el tigre y los peces

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