Contemplando el auge de los biopics de personajes más grandes que la vida, con ejemplos morales de comportamiento e historias de superación, es muy de agradecer la existencia de una película como Jackie. La primera película americana del chileno Pablo Larraín juega a deconstruir un personaje como Jacqueline Bouvier, haciendo hincapié en las sombras de su comportamiento ante el asesinato de su célebre marido, el 35º presidente de los Estados Unidos de América John Fitzgerald Kennedy.
La Jackie que nos presenta el filme de Larraín es una mujer consciente de las debilidades de su marido, de su lugar privilegiado en el mundo y de su responsabilidad como personaje público. Aún así, Jackie no es presa de estas circunstancias que cuestiona una y otra vez mediante un comportamiento fuera de las normas de protocolo y seguridad. Está claro que el aspecto psicológico es el que interesa a Larraín: Jackie navega desde las fiestas llenas de glamour y ansias culturales a los momentos de dolorosa soledad donde la protagonista no tiene nada que demostrar ante un público que espera de ella sonrisas y saber estar.
Jackie se construye en un flujo de tiempos que van desde los momentos en la Casa Blanca con ella como Primera Dama a los días posteriores a la tragedia en Dallas donde la protagonista recibe a un periodista interpretado por Billy Crudup: por el camino asistiremos a una emotiva «confesión» con un sacerdote, el recientemente desaparecido John Hurt; y a los tira y afloja con la familia Kennedy, con Bobby al frente. Como si de una ensoñación se tratase, la película de Larraín aprovecha la brumosa fotografía de Stéphane Fontaine y la subyugante banda sonora de Mica Levi para dotar a la película de una narración más pendiente de los contrastes y contradicciones del personaje que de la historia en sí.
Natalie Portman da vida a esta Jackie a la que al principio puede costar coger el punto: las grabaciones en la Casa Blanca nos muestran a una Primera Dama consciente de la cámara, incluso incómoda; Portman, mediante un trabajo de imitación encomiable, borda esta primera escena, pero en el momento que las cámaras se apagan asistimos a la intimidad del personaje, donde reside realmente la fuerza de la película. Portman carga con los deseos y esperanzas de una familia, los Kennedy, que se vio hacia sí misma como una especie de nobleza en un país sin familia real. Las múltiples referencias a Camelot, a la idea de JFK como un Rey Arturo, aportan otro matiz más al personaje de Jackie, el de una reina destronada, indecisa y desubicada ante la desaparición de su marido que no solo dejó huérfanos a sus hijos sino a todo su país: una mezcla entre lo íntimo y lo público, entre la tristeza de una habitación vacía y la pomposidad de un funeral de estado.
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