Puede parecer que el mito del payaso malvado y asesino ha existido toda la vida, pero es un fenómeno más bien reciente. Antes de los asesinatos de John Wayne Gacy en los 70, conocido como el payaso asesino porque se disfrazaba en las fiestas infantiles de un personaje llamado Pogo, la mayor subversión del mito estaba en películas como El que recibe el bofetón o en obras como la mítica ópera Pagliacci, ¡que acuñó la frase La commedia è finita!.
Pero por mucho que existieran personajes con pintas de payaso cuchillo en mano asesinando a quien pillaran por ahí, aún quedaba la mano de Stephen King para elevar estas historias. It (Eso) se lanzó en septiembre de 1986 y marcó (o incluso creó) un subgénero: el de los payasos tétricos. King tardó cuatro años en dibujar las tramas maestras de la novela, su dualidad niños-adultos y su rico universo. También metió una escena que, a día de hoy, resulta incomprensible y difícil de leer. Todos sabéis a cual me refiero. Esa. It. Uf.
Desde 1986, las obras con payasos malignos asesinos han crecido, muchas de ellas tomando como base al Pennywise interpretado por Tim Curry en la mediocre adaptación televisiva de It y otras yendo más allá: Camp blood y sus siete secuelas, Carnival of souls, Clownhouse, Fear of clowns, Payasos asesinos del espacio exterior, Killjoy y sus cuatro secuelas a cada cual peor o incluso Clownado, una película sobre un tornado de payasos caníbales que fue financiada por crowdfunding. Si la última frase no define esta década, nada lo hará.
Pero el cine ha tenido que volver a Stephen King para reinventar el mito del payaso asesino convirtiendo estas películas anteriores en chistes al lado del original: Pennywise retornó y sorprendió a todo el mundo en It, ofreciendo toda la gloria del avance digital y el maquillaje terrorífico para traer la versión definitiva del payaso, interpretado por Bill Skarsgard. Y debo decir que, aunque personalmente prefiero la versión de Pennywise que interpretara Tim Curry (más realista, menos diseñado para aterrar), la película de 2017 consiguió, como poco, mantener mi interés. Así que, con estos antecedentes, solo cabía esperar que It: Capítulo 2 fuera el epítome del género y consiguiera sentar unas nuevas bases terroríficas, ¿verdad?
Sí y no: It: Capítulo 2 es un paso adelante en cuanto a la construcción de Pennywise y el payaso macabro como ser terrorífico, y sus set pieces, por separado, funcionan estupendamente a nivel de producción, sustos, efectos especiales y caracterización. El problema es que estas set piecesestán integradas en una película con un ritmo narrativo absolutamente nulo, una estructura desordenada (y no de forma pretendida) y un final totalmente anticlimático. It: Capítulo 2 sabe crear tensión, pero no sabe manejarla y tiene unos personajes que ya queremos, pero no sabe qué hacer con ellos.
No ayuda a ello que Andy Muschietti decida hacer que su película dure alrededor de tres horas. Tres horas de efectismo en la que la trama apenas avanza y, cuando lo hace, es a trompicones y de forma poco natural. Lo que en la primera película era una mezcla casi perfecta de nostalgia, terror y carisma en la que el argumento fluía de forma correcta, aquí es básicamente un programa de sketches en el que unos funcionan y otros no, solo que sustituyendo las risas enlatadas por Pennywise haciendo sus cosas.
Acabemos primero con la parte buena de It: Capítulo 2: sí, Pennywise es terrorífico. Cada vez que aparece, esa mezcla de humor malsano y terror infantil se recrudece y cualquiera en la audiencia se tensa: esa apariencia de payaso de cerámica que puede convertirse en todo tipo de miedos inherentes al ser humano sigue funcionando como un tiro, y en esta segunda parte han incrementado sus momentos de locura, de bocas con colmillos, de caras destruidas, de terrores infantiles y momentos que, por separado, son espectaculares a todos los niveles. Pennywise es la película.
¿Recordáis cuál fue el problema de las secuelas de Pesadilla en Elm Street? El marketing, los muñecos, el carisma y el amor del público no iban para los personajes, que eran simples máquinas de morir, sino para Freddy Krueger. It: Capítulo 2 tiene mucho de esto: la película se basa tanto en Pennywise y sus maneras de intentar matar al grupo de Perdedores que se olvida de que estos nos tienen que importar algo –algo, lo más mínimo- para que lo que ocurre en la película nos interese más que como mero relleno entre secuencias psicotrópicas.
Los personajes parten de una nueva base (ya son adultos, y no recuerdan lo ocurrido en Derry) mucho más desdibujada que en la anterior. Bill es ahora un escritor afamado que no sabe cómo terminar sus libros de manera correcta (y aunque este detalle meta le valía a Adaptation para liberar su tercer acto de la culpa, no es excusa para It: Capítulo 2), Richie es un cómico de stand-up al que le escriben los chistes, Beverly está en una relación de maltrato (sin que exploren mucho más al personaje, que nunca deja de ser la chicay rechina muchísimo en este 2019)… Todos los personajes, excepto Mike, han evolucionado sin que eso influya lo más mínimo en una trama simple, ramplona y aburrida.
La mitad del tiempo, el grupo de los Perdedores está pensando en marcharse de Derry, hasta un punto involuntariamente cómico. Todos excepto Mike, que tiene en sus manos la manera de matar definitivamente a Pennywise porque mira, al guión le venía bien que la tuviera. Sí, muchos de estos problemas ya estaban en el libro, pero al llevarlos a película han perdido parte de su impacto, de su sentido argumental y de su simbolismo. “No, chicos, en su día no matamos a Pennywise porque lo que hay que hacer es repetir unas palabras en plan ritual y meter tres bolas de luz en esta vasija y entonces sí que estará muerto” suena tan ridículo aquí como en la película. Quizá menos.
Durante la primera parte de It: Capítulo 2, esta se centra en intentar convencernos de que los personajes no recuerdan realmente nada y poco a poco se van inundando de lo que pasó ese verano (ojo a la escena de las galletas chinas, que es verdaderamente perturbadora, al mismo tiempo que de una serie Z aplastante). Llegados a un cierto punto, y por culpa de un guión pobre que ni se molesta en buscar excusas muy coherentes, los personajes se separan y comienza el festival de Pennywise: durante una hora, aparece en todas las escenas, tanto en las interpretadas por los actores adultos como en una especie de escenas eliminadas de la primera parte.
Es genial que la película meta a los niños de nuevo (en ocasiones, con planos reciclados tal cual de la primera parte, por si te has perdido en la trama), pero la mitad de sus apariciones parecen puro relleno, simples escenas que al director le parecieron buena idea pero ya no pudo incluir en la película de 2017. Situaciones traumáticas, terribles, que cambiarían la vida de un niño y a las que ni siquiera se hace referencia en aquel film. Sí, son momentos muy entretenidos, pero no se sostienen por ningún lado.
Los niños lo pasan mal, los adultos lo pasan mal, la audiencia lo pasa un poco mal al ver que los minutos pasan y esto es una colección de escenas terroríficas que poco a poco pierden su efectividad al repetir el mismo mecanismo una y otra vez. Hasta que al guión le apetece que aparezca el tercer acto y vayan a matar de una vez por todas a Eso. De la parte final no voy a desvelar nada, salvo dos cosas: la resolución de la trama de Pennywise es lo más ridículo que he visto en cine en muchísimo tiempo, más propia de un libro de Pesadillas que de It, y la conclusión no tiene nada que envidiar a la de El retorno del rey. Epílogo tras epílogo de unos personajes a los que, al contrario que Frodo, Gandalf y compañía, no hemos acompañado en un terrible periplo, sino en un fin de semana regulín regulán.
En esta recopilación de absolutas naderías y sustos de poliespán destacan con luz propia los actores infantiles (más incluso que los adultos), con Finn Wolfhard (Mike en Stranger things) a la cabeza, junto a unos Wyatt Oleff y Sophia Lillis que pronto compartirán serie en Netflix (I am not okay with this, sobre una adolescente lesbiana que, mientras descubre su sexualidad, descubre que tiene superpoderes) o un estupendo Jaeden Martell. Los adultos cumplen la papeleta y salvo un hilarante (como siempre) Bill Hader (¿habéis visto Barry? No os la perdáis) y un magnífico Bill Skarsgard, personas del nivel de Jessica Chastain o James McAvoy hacen lo suyo sin ponerle demasiada intencionalidad. Tampoco es que el guión les dé muchas oportunidades de lucimiento: es una adaptación absolutamente innecesaria que hace a la peor parte del libro original aún más mala. Una pena.
Tramas inconclusas e insatisfactorias (la aparición sorpresa de cierto personaje olvidado de la primera parte, ¿para qué?), un final tan malo como los que en la ficción firma el personaje de Bill, un villano convincente que se ha Freddykruegerizado y una dirección resultona que no consigue olvidar que estamos viendo tres horas de secuencias de terror más o menos imaginativas pegadas con pegamento Imedio (del que no resiste demasiado bien). En el fondo, esto es It: Capítulo 2.
Se trata de una secuela que se sabe secuela, y que hace todo lo posible para recordarte que lo es, hasta un punto estresante y muy frustrante. Tú quieres que la historia vaya hacia adelante, pero la película se empeña en llevarte atrás, como si cumplir tres horas de duración fuera una obligación para lanzar el filme a toda costa.
Si lo único que disfrutas del cine son las algarabías visuales, los planos locos y las secuencias icónicas, no lo dudes: paga tu entrada, porque esta secuela tiene todo lo que estás buscando en grandes cantidades. Si prefieres una trama que contenga estas locuras visuales, unos personajes que pasen del boceto y un final que no te haga reprimir una carcajada, aléjate de la taquilla: It: Capítulo 2 no es para ti.
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