¡Siempre he odiado no saber ni ver lo que hay debajo del agua cuando me baño en la playa! Desde que vi de crío el Tiburón, de Steven Spielberg o Piraña, de Joe Dante me ha interesado mucho todo este tipo de películas en donde un monstruoso ser mutante o gigantesco acecha desde las profundidades a descuidados bañistas que subidos a flotadores o practicando deportes acuáticos no esperan acabar allí, ni así, sus días. Cada verano es costumbre que nos visite un film como estos, el año pasado fue Megalodón y este Infierno bajo el agua o A 47 metros 2 con tiburones cegatos entre ruinas mayas.
El animal elegido ahora por el director Alexandre Aja, es el caimán, un depredador que se ha escapado en grupo de un criadero y que ha ocupado un pueblo en Florida, inundado por un huracán de categoría 5. Las presas son un padre y una hija que arrastran una relación rota por causa de un divorcio mal hablado. Los dos se reúnen en el marco de la casa familiar con toda una colección de monstruos pululando alrededor de ellos dispuestos a comérselos a las primeras de cambio. Junto a los dos protagonistas vemos a unos personajes secundarios que solo sirven de carnaza para los caimanes sin apenas transcendencia ni presencia significativa, en forma de incautos ladrones que aprovechan la inundación para hacer de las suyas y que reciben un castigo desproporcionado a sus actos o un policía inepto que acerca su cabeza al peligro ¡tranquilos, no es spoiler, esta en el trailer!
Todo lo que suele ofrecer este director está presente en Infierno bajo el agua multiplicado por dos o por tres. No escatima en sangre o mutilaciones, las persecuciones ciegas tampoco son mínimas y morimos por una tensión que se puede cortar con un cuchillo a nado o buceando. En este juego de supervivencia que se pasea por todas las estancias de la casa, cocina a la Deep Blue Sea, cuarto de baño con grandes goteras, sótano sin Ma pero con más fallas que las de Valencia, escaleras mortales o tejado a dos aguas salvador, solo puede haber un ganador. Al final alzaremos la pata de alguno de ese grupito de fugados animales que se esconden entre objetos sumergidos y liberan su piel escamosa como una aleta en superficie o el brazo de la Johnny Weissmüller moderna que se enfrenta a ellos llegando a bailar una danza mortal con tirabuzones y música pero sin tambores africanos. Para algo debe servir un estricto entrenamiento pasado y unas ganas locas por ser la primera en algo, una competitividad que se lleva todo a su paso como fuerza mortal de la naturaleza.
Entre dramas silenciosos se mueven los voraces cocodrilos de Infierno bajo el agua, que desean que no respiremos en nuestra butaca. Un peligro latente que no podemos ver cuando deseamos y que lo que menos le apetece es servir como complemento de moda en forma de caro calzado de piel. Acción desenfrenada en ambientes hostiles exteriores o jugada en casa pero sin público que jalee y aplauda los goles o se eche las manos a la cabeza por las ocasiones erradas o una escapada que no acaba en touchdown.
Este terror llama a tu puerta sin avisar, se cuela por debajo de las puertas y cuando menos te lo esperas te muerde las pelotas porque para él esto no es un juego, no ha salido de uno y espera escapar a lo velociraptor de este parque jurásico acuático. Un cometa llamado Haley nada entre él demostrándose a si misma de lo que es capaz, una sirena con voz que de nuevo rescata a su príncipe, en este caso un padre perdido, herido y desorientado ¡nada nuevo en la oficina, pero una oficina que gusta!