Con Historia de una pasión, Terence Davies, director inglés de la vieja escuela, se ha atrevido a llevar a la gran pantalla la vida de una de las escritoras más importantes de la poesía norteamericana del siglo XIX. Nacida en el seno de una familia pudiente de fuertes creencias cristianas, Emily Dickinson dedicó casi toda su vida a rebelarse a las convenciones de la sociedad de su tiempo y a demostrar con sus escritos que era mucho mejor que aquellos que criticaban su obra. Escogió la pluma como espada para atacar a sus detractores y aunque publicó muy pocos poemas, estos están en la cima de la literatura estadounidense de ese siglo.
Todo aquello que caracteriza a este director está dibujado magníficamente en las dos horas que dura el film. Su ritmo mesurado sale a la luz cuando los personajes se atreven con largas escenas con literario diálogo o con cortes musicales que ejecutan magníficas cantantes. Letras llenas de pasión y corazón para deleite de nuestros oídos o de los espectadores de estos improvisados conciertos.
Técnicamente, Historia de una pasión quita el hipo. No solo son los juegos de luces y sombras los que nos hacen caer en una especie de hipnosis colectiva sino también el virtuosismo a la hora de manejar las cámaras con travellings de larga duración y movimientos increíbles que sorprenden por su originalidad. Vienen a mi memoria un par de escenas en la que durante un par de minutos se hace una descripción visual de la habitación en la que se encuentran los personajes o envejecen a los mismos utilizando un mismo plano.
Los silencios compartidos se contraponen con conversaciones de culta calidad en las que la palabra dicha peca de atesorar una sinceridad sin mácula. En aquellos tiempos las apariencias engañaban la mayoría de las veces y los dueños de estas, rara vez eran reprehendidos por su mala conducta. Emily Dickinson no se privó nunca de decir lo que pensaba aunque sus palabras hirieran a personas que ella estimaba, como su hermano. Vivió alejada del mundanal ruido, aislada en su habitación, consumida finalmente por los dolores de una enfermedad incurable y entristecida por la pérdida de sus padres y de todos aquellos que se atrevían a entrar en combate dialéctico con ella y que suponían un reto a su inteligencia como la libre pensadora y descarada mejor amiga Vryling Buffam o el reverendo Charles Wadsworth por el que parece sentirse atraída echando por tierra las afirmaciones de su supuesta homosexualidad femenina y enamoramiento hacía su cuñada.
La contradicción en la que parece estar sumida en la soledad de su torre, solo visitada a veces por mediocres pretendientes que salen de allí con el rabo entre las piernas, se agrava con el paso del tiempo. La recta moralidad heredada de su padre entra en combate con sus pasiones, su corazón le hace cometer numerosos agravios de los que enseguida se arrepiente, no acude a la iglesia como sus hermanos ni viste de negro en los lutos demostrando un ateísmo más que evidente pero se interesa por la vida después de la muerte y la inmortalidad. Critica y ataca al sacramento del matrimonio como un mal que te separa de aquellos que amas pero después lo defiende cuando su hermano traiciona la palabra dada a Dios.
Esa es su lucha interna, los demonios que intenta vencer y expulsar de cuerpo y que en forma de mal físico se manifiestan con convulsiones sobre una cama. Es en esos momentos de angustia y dolor cuando la figura de la protagonista de Historia de una pasión, una extraordinaria Cynthia Nixon, se agiganta y devora todo lo que le rodea. Solo su hermana Lavinia, solterona de por vida, puede calmarle y proporcionarle la tranquilidad y reposo que necesita. Es su Pepito Grillo particular y la voz de su conciencia, nada que ver con la irónica tía Elisabeth a la que da réplica en más de una ocasión.
Emily Dickinson o una vida dramática y plagada de sufrimiento que acabó pronto pero que sin embargo dejó un legado que acertadamente llegaremos a disfrutar con todos los versos que intencionadamente el director ha dejado desperdigados por el metraje del film. Una vida poética y la horma del zapato de la Norteamérica más beata y religiosa o el sermón menos cristiano.
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