No deja de ser curioso que justo en este 2017 en el que hemos visto y no visto a Godard en dos ocasiones nos llegue esta tercera aparición. En primer lugar, tuvimos la ocasión de contemplar el biopic que le dedicó Michel Hazanivicius en Mal genio donde el autor suizo no salía precisamente bien parado y se mostraba el momento político en que dejó el cine “comercial” para decantarse por uno más combativo y experimental; la segunda oportunidad, en este caso en forma de ausencia, la tuvimos en Caras y lugares (que esperemos se estrene en 2018), el espléndido documental de Agnès Varda donde la figura de Godard era mencionada en varias ocasiones y que protagonizaba una secuencia llena de sentimiento y rabia. Ahora llega a nuestras carteleras una película dirigida por el mismísimo Godard, Grandeza y decadencia de un pequeño comercio de cine, una obra destinada para televisión que, tras ser restaurada, se muestra por primera vez en pantalla grande.
En 1984, Jean-Luc Godard recibió el encargo de dirigir una película basada en la novela negra The Soft Centre de James Hadley Chase. Adelantándose al Charlie Kauffman de Adaptation, Godard cumplió de forma sui generis la tarea, realizando una película sobre el proceso de iniciar una película basada en la obra de Hadley Chase. Así, nos encontramos a dos hombres trabajando: el director Gaspard Bazin que está realizando el casting y el productor Jean Almereyda que intenta terminar de fijar la financiación. Una mujer se unirá al duo. Eurydice, esposa de Almereyda, expone su rostro con la intención de ser la protagonista de la obra de Bazin.
Obviamente, cualquier rastro de la obra policiaca de Hadley Chase desaparece bajo el caudal de imágenes, grabadas en vídeo para abaratar costes, frases y demás letreros sobreimpresos con los que Godard puebla Grandeza y decadencia de un pequeño comercio de cine. Así, el suizo usa este encargo para hablar de como el cine se ha devaluado y la televisión es un futuro nada halagüeño, entre otros miles de asuntos. En cierto modo, no deja de ser visionario que en estos momentos donde se repite sin pensar la falacia de que “el mejor cine se hace en televisión”, Godard ya vio venir esa decadencia usando precisamente las herramientas de su principal enemigo.
De todos modos, Grandeza y decadencia de un pequeño comercio de cine no deja de ser una rareza que los no iniciados en el grande de la Nouvelle Vague verán con ojos extrañados y el mismo autor era consciente de ello cuando le preguntaban sobre qué opinaba de que su película se proyectase en la televisión un sábado a las ocho y media de la tarde: “¡Es demasiado! Si le das un enorme banquete a alguien que sale de prisión o no puede con él o se pone enfermo. […] Los telespectadores ya no soportan ver un programa entero”.
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