Desde que se estrenó hace más de ocho meses en el Festival de Cannes, donde ganó el premio al mejor director, Foxcatcher se situó como una de las películas que con toda seguridad aparecería dentro de las listas de lo mejor del año 2014. Su inclusión final en las categorías de mejor director, actor principal y secundario en los Oscars no ha cumplido ni mucho menos las expectativas que tenía en cuanto a reconocimientos. Sin embargo, esto no es de extrañar una vez visto el particular enfoque del director Bennet Miller.
Foxcatcher se centra en la historia real de cómo el excéntrico millonario John du Pont acogió al consagrado luchador Mark Schultz, encarnado por un inmenso Channing Tatum, para entrenarlo de cara a los Juegos Olímpicos de Seul en 1988. Durante el proceso, surgirán las tensiones propias de la competitividad y la responsabilidad por ganar que du Pont impone y que Mark no es capaz de gestionar. Además, se añade el difícil triángulo paternofilial que se establece entre Dupont, Mark y Dave (Mark Rufallo), hermano de Mark.
Tal y como ocurría con Moneyball, anterior película del director Bennet Miller, centrarse en el aspecto deportivo de Foxcatcher sería andar muy cortos de miras, del mismo modo, que haríamos al despreciar una película de John Ford porque salen señores con sombreros y a caballo. El deporte sirve aquí para enmarcar uno de los múltiples temas de los que trata la película: el triunfo como valor en la sociedad estadounidense y el traslado de este valor a todo un sistema que va de lo político a lo moral. Las diferentes formas de afrontar el camino al éxito deportivo de Mark Schultz que aportan su hermano por una parte y el mecenas por otra, bien pueden servir como reflejo de las dos vías que plantea, por ejemplo, George Lakoff en No pienses en un elefante a la hora de construir América como nación: la figura del padre protector demócrata y la del padre estricto republicano.
Así, la metáfora política que desarrolla Foxcatcher queda clara, pero expuesta siempre en una sutil voz baja, en todos los monólogos que con inquietante precisión declama un magnífico Steve Carell que, más allá de su irreconocible aspecto, mantiene su siempre existencial mirada que adivina un insondable abismo de sufrimiento. Pero sería totalmente injusto solo glosar la labor del protagonista de The Office: de poco serviría la actuación de Carell sin la soberbia interpretación de un Channing Tatum que dota de carne a un personaje que mal ejecutado habría hundido la película de Miller. Tatum mantiene a Mark Schultz siempre en un estado en el que, sin prácticamente articular palabra, somos testigos de su calvario emocional a la hora de enfrentarse a la complejidad de un mundo que no comprende y en el que solo quiere dedicarse a la lucha libre, que es lo que mejor sabe hacer.
A la hora de plantear la historia de Foxcatcher, Bennet Miller se vale de una narración morosa y contemplativa que, en los tiempos acelerados que vivimos, podrá echar para atrás a muchos. Pero esta aparente tranquilidad tiene la intención de destrozar nuestros nervios, creando una continua presión psicológica que convierte lo imprevisible en norma y donde nunca sabemos hacia donde va explotar la inevitable bomba de relojería que se avecina. Las múltiples, y a veces excesivamente secas, elipsis temporales en la historia poco ayudan a que la sensación de inquietud se apoderen del metraje, haciendo de Foxcatcher un difícil puerto de montaña del que es imposible llegar a su final falto de aliento.
Que Foxcatcher merecería estar en una posición más destacada en la carrera de los Oscars es más que evidente. Que Channing Tatum tendría que haber estado en la nómina de actores premiables, antes que opciones más acomodaticias, sin duda. Que Foxcatcher podría haber sido más accesible, más simple y más verbal, bien lo sabe la perezosa industria. Lo que sí está claro es que Bennet Miller va camino de convertirse en un nuevo miembro, presidido por Paul Thomas Anderson, de la creciente nómina de grandes directores americanos de mirada insobornable.
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