Festival de Sevilla, Selección EFA: TONI ERDMANN, la felicidad del payaso triste

Lo que más se agradece de Toni Erdmann es que nunca sabes por dónde va a salir, es tan impredecible como absurda, es drama y es comedia, es triste, es cargante, es inteligente y estúpida al mismo tiempo, cae bien y cae mal, y además no sabes muy bien por qué. Un delicioso misterio.

Toni Erdmann

Un padre y su hija son los antagonistas de esta historia. Y representan roles de lo opuesto que te podrías esperar de una relación paterno filial común. El padre es un hombre despreocupado, bromista, desaliñado, con apariencia de progenitor-colega buen rollista y con visos de perdedor apesadumbrado. Ella, la hija, es recta, seria, formal, una triunfadora que vive entregada a su trabajo, a prosperar y hacerse a sí misma aunque proyecte una imagen de mujer solitaria y amargada. La relación entre ambos es fría, distante, sus vidas discurren casi sin rozarse, sin perturbarse el uno al otro. Solo hasta que el alter ego del padre, ese disfraz de Toni Erdmann el payaso triste, decide irrumpir en la cuadriculada vida del vástago.

La premisa de esta comedia alemana es hacer del humor un modo de supervivencia que nos aleje de la sinrazón de la vida moderna. Convertir el chiste, el gag y el ingenio en una forma de sanación de almas apoltronadas, de forma que cuando nuestro reflejo nos haga parecer no humanos pongamos como remedio lo disparatado por muy embarazoso que pueda parecer. Al menos este será el camino elegido para que padre e hija se encuentren, se reconozcan y acepten.

toni erdmann

En los 162 minutos de Toni Erdmann tendremos tiempo de averiguar de manera exhaustiva y detallada los detalles de la personalidad de los personajes, sus vidas, sus trabajos, sus temores. Y eso a veces la hace pecar de sobre información, repetición y ambición. Como un chiste cuando se repite muchas veces y deja de tener gracia. Da a veces el relato la impresión de estar un poco deslavazado, disperso y casi improvisado. Le falta un tanto de cohesión interna en su recorrido intermedio, donde pierde fuelle y desparpajo. Un buen recorte no le sentaría nada mal. Pero aún conserva un sorpresivo as bajo la manga…

Y es que la película alza el vuelo en su tramo final, de una forma desternillante, a partir de la catarsis absoluta que desencadena una canción de Whitney Houston cantada a pleno pulmón. Es en todo este acto de desenlace donde hay un material superior y donde se remata en su mayor gloria la esencia y los hallazgos de la singular aventura. Al final de este viaje de risas, dentaduras, desnudos y pelo búlgaro hay un silencio incómodo, como cuando alguien lanza un chascarrillo inapropiado antes de irse. Porque, ¿habrá servido de algo esta purificación cómica o volveremos a nuestras corazas inertes para vestir a diario?

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