Saint Laurent de Bertrand Bonello viene precedida por la inevitable, y un tanto absurda, condición de película no-oficial, tras la académica Yves Saint-Laurent, que sí contó con la bendición de Pierre Berger, compañero sentimental y de negocios del modisto francés. Al final el conflicto no pasa de ser una mera estrategia promocional, que no tiene nada que ver con el cine y que, sin duda, ayudará a vender la película de Bonello.
Este Saint Laurent no escatima en mostrar los aspectos más sórdidos de la vida del diseñador, de los que también hablaba el otro biopic ya estrenado, pero lo que le diferencia son sus intenciones menos hagiográficas y más centradas en la mirada decadente que Saint Laurent proyectó en toda su obra, que también fue su vida. Es este aspecto el que interesa a Bonello: la mirada perdida de Gaspard Ulliel condensa el decadente mundo que rodeó a Yves Saint Laurent hasta el fin de sus días. La visceralidad de la puesta en escena de Bonello, llena de colores estridentes, nos sumerge en un mundo que parece paralelo al nuestro: buena muestra de esta idea es el montaje simultáneo de los acontecimientos sociales de la Francia del 68 con los primeros desfiles del diseñador.
El juego de oposiciones no acaba aquí. La película de Bonello se tiene en alta estima a si misma, al igual que Saint Laurent tenía en un pedestal la alta costura frente al prêt-à-porter: ambos son necesarios y complementarios pero siempre subyace la tesis de que no hay que mezclarlos. En el fondo no deja de ser el viejo debate entra la alta cultura y la cultura popular, es decir, la elitista modernidad contra la homogénea posmodernidad. Mientras que Yves Saint Laurent era la versión para todos los públicos, sin aspiraciones artísticas más allá de la mera representación de hechos, Bonello quiere trascender, hacer arte, hablar en voz grave de grandes temas más allá del peaje que se ve obligado a pagar al hacer una película sobre un personaje relevante. En este deseo de trascendencia es donde Bonello se muestra algo indulgente con su película, alargándola demasiado en su primera mitad donde su mirada impresionista a veces provoca que los sucesos se proyecten de forma inconexa y con pesadez.
Pero es en la última hora de Saint Laurent donde Bonello parece contagiarse del mítico y esplendoroso desfile del diseñador en 1976. Aquí despliega una mirada que funde el momento culminante como creador de Saint Laurent con el ocaso del viejo y enfermo Yves que sigue viviendo en su mundo decadente del que nunca se deshizo, peor cuya obra ya se expone en los museos. Puede que llegue tarde este fastuoso derroche final de juegos de puntos de vista, de diálogos con el presente y el pasado del personaje, pero no por ello se debe desmerecer a una película tan brillante como desmedida.
https://www.youtube.com/watch?v=FfsnSfFmObc
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