Es una pena que todo el torrente de luz e ingenuidad que desprende esta película quede sepultado por una imposición estilistica demasiado formal, forzada y artificial. Los actores no actúan, se comportan de manera robótica y declaman mirando fijamente a cámara cual androides sin sentimientos. La realización es plana y a veces hasta rancia. Y el guión, lleno de referencias y reflexiones cultas y elevadas, no deja de ser un cuento naif y amanerado, casi rozando el cliché, acerca del despertar tras la pérdida.
No estoy seguro si la intención del director Eugène Green es hacer reir al espectador. En algún momento parece claro que sí (un pequeño gag con un turista iltaliano), pero en otros la mirada extraviada del actor Fabrizio Rongione desarman cualquier acercamiento a la seriedad y te acercan más a un primer plano de Joaquín Reyes en Muchachada Nui que al éxtasis religioso ante una obra arquitectónica.
Indiscutiblemente es posible deleitarse simplemente con el viaje de los protagonistas por tierras italianas, y el paseo por Stresa, Turín o Roma acompañados por las explicaciones arquitectónicas de la obra de Francesco Borromini hacen que el paseo no haya sido en balde.
En este cine teatral, literario, impostado e intelectual se hecha muy en falta un pequeño toque de naturalismo y de compicidad con el público. Y es que al señor director (por muy fan que sea de Oliveira) le falta mucha mano para acercarse levemente al hacer de Éric Rohmer.
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