Hay en la nueva película de Saverio Costanzo (La importancia de los números primos) una sensación constante de pastiche, un festivo batiburrillo que coge de aquí y de allá sin aparente rubor. Lo que comienza como una comedia indie (ese maravilloso plano secuencia inicial donde conocemos a los protagonistas en una situación un tanto embarazosa) avanza sin prejuicios, a ritmo de Flashdance, con un deje romántico de pareja in love que vive en Nueva York. Poco tarda el director italiano en dar un nuevo y más oscuro giro al género, más cercano al terror, a la cinta de mujer que se vuelve muy loca e incluso a las tramas de padres que luchan por la custodia de su hijo. Y aún así todavía se guarda algún as bajo la manga para seguir descolocando al personal.
La única diferencia con esas maravillosas y olvidables películas de serie b setenteras a las que podría estar (involuntariamente) homenajeando es que aquí el empaque goza de cierta categoría y que los actores que se encargan de dar la cara elevan el material hasta otro nivel. Adam Driver y Alba Rohrwacher (Copa Volpi al Mejor Actor y Actriz en Venecia) se entregan a fondo y aportan la credibilidad que a veces se juega la película en la cuerda floja.
La transformación de Mina, la sufridora primeriza mamá, se convierte en el eje central del devenir de este núcleo familiar infecto, y Costanzo despliega una serie de armas visuales y sonoras que acompañan la conversión polanskiana de la desequilibrada heroína. El juego con grandes angulares que acentúan la deformidad de Mina, los espacios claustrofóbicos y su sensación de angustia, y la música a lo Bernard Herrmann empleada de forma casi hilarante, no dejan de hacerte plantear si el director quiere poner de los nervios al personal y/o reírse de sus expectativas.
Sin embargo toda la mezcolanza estilística y visual de Hungry hearts no molesta demasiado, es más, hasta se hace gozosa. Donde encuentro el punto más débil es en la empatía casi irracional que se siente por el personaje del padre, ella es mala y él bueno. Porque ¿no sería el resultado final más rico y ambiguo si el espectador dudase permanentemente sobre las motivaciones de ambos? ¿No aparecería el verdadero horror si ambos fuesen igual de repulsivos y monstruosos?
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