Espíritu Sagrado (Chema García Ibarra, 2021)
Tras ver dos veces en un mismo día la increíble, superlativa y maravillosa película de Chema García Ibarra Espíritu sagrado las dos mismas sensaciones me asaltan, quizás amplificada en el segundo visionado: la existencia de esta película en una industria adocenada y mansa como la española no es ya un milagro, sino que podría pasar por un espejismo, fruto de la imaginación febril del que esto escribe para imaginar un mundo en el que, por fin, en España aparezca una mirada que acompañe, con el mismo paso rítmico, a cineastas como Carlos Vermut o Juan Cavestany.
Y lo que durante una década ha ido sembrando Chema García Ibarra en cortos como La disco resplandece o largos diminutos como Uranes en Espíritu sagrado termina de explotar y de adquirir su forma definitiva, como si de un castillo hinchable se tratara en el cual los espectadores podemos tirarnos de cabeza sabiendo que no vamos a sufrir ningún daño, pero del que saldremos mucho más felices.
La grandeza, esperamos que no irrepetible aunque me temo que sí única, de Espíritu sagrado es haber sabido conjugar de una manera tan maravillosa la tradición del cine costumbrista español con fugas inesperadas a la ciencia ficción, relatando una parte de nuestra negra historia través de mercadillos populares, bares repletos de parroquianos, fiestas de barrio, televisiones locales y asociaciones ocultistas. Combinar un hecho tan ruitinario como pagar la luz de un local de ensayo convive con situaciones, aparentemente, tan ajenas al día a día como el esperado encuentro con espíritus ancestrales, mediums con Alzheimer, mujeres tuertas acosadas por su marido difunto y reporteras locales que confunden dichos populares. Espíritu sagrado es, no tengo la menor duda, la mejor película que vaya a ver este año dentro de una sala de cine. Espero que mi pensamiento sea compartido por mucha más gente para que Ibarra siga alimentando nuestro espíritu, quién sabe si sagrado o no, de historias maravillosas.
No quiero terminar esta reseña sin mencionar el apartado artístico de Leonor Díaz. Sin ella, la película no podría captar de una manera tan firme este universo tan maravilloso y particular. Y tampoco quiero olvidarme del plano final, una de las cosas más potentes, bestias y hermosas que ha parido nuestro cine desde no sé cuándo. Bravo, Ibarra, bravo equipo. Habéis hecho historia del cine en España.
Para Chiara (Jonas Carpignano, 2021)
La cinematografía italiana aterriza en el SEFF2021 con una nueva propuesta del ya habitual por estos lares Jonas Carpignano, director de Mediterranea y A Ciambra. Con esta última comparte universo geográfico y sustrato social: si en la primera nos trasladábamos a la comunidad gitana de A Ciambra para seguir los pasos de un adolescente que debía madurar en un entorno extremadamente violento, aquí cambiamos de género.
Chiara es la hija de un miembro de la ‘Ndrangheta, un traficante de drogas que hace el trabajo sucio para que los capos sigan moldeando con su trasero los sillones tapizados de restaurantes de lujo. Durante una celebración de esas multitudinarias, tan caras a la cultura mediterránea, la familia de Chiara sufre un atentado por parte de una familia rival. Y a través de las redes sociales, como no podía ser de otro modo en el tiempo presente, la joven adolescente certifica la verdadera identidad de su padre, al que idolatra, y comienza un viaje en busca de la verdad.
El estilo naturalista de Carpignano casa muy bien con el relato de Chiara y a través de una cámara nerviosa y cerrada sobre sus personajes asistimos a la descripción de un microcosmos muchas veces visto en cine, pero aquí con la particularidad de ser retratado a través de los ojos de una adolescente que más que valiente es inconsciente. La película discurre entre la corrección y la emoción, con algunas cámaras lentas y efectismos que sobran. Algún trazo grueso en la confección de personajes y tics del más rancio cine de autor impiden que Para Chiara eleve su propuesta más allá del aprobado.
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