Los últimos días del Zinemaldi se sienten normalmente como una losa ya un poco pesada, pero este año es todavía peor: entre los madrugones, las entradas perdidas, las distancias y el estar 16 horas en la calle viendo cine sin parar, al final terminamos mezclando las películas, las situaciones y las escenas. Pocas cosas terminan dejando el poso que en situaciones normales dejarían, pero también es esta la vida del festival de cine: la consciencia de que no todo puede ser recordado, y que solo algunas películas nos terminarán dejando marca. Es, en el fondo, bonito, cuando, después de más de cuarenta proyecciones, salimos del festival con una sonrisa en la boca: hemos querido abarcarlo todo, pero dentro de un mes solo seguirán con nosotros unas pocas sensaciones. Y estarán con nosotros el resto de la vida.
Bienvenidos al último día del Zinemaldi, el único festival con su propio troll de críticos en redes sociales. Así da gusto.
Undercover (Thierry de Peretti, 2021) ⭐️⭐️
Es normal emocionarse cuando de buena mañana el Zinemaldi decide programar una película de periodistas dispuestos a todo por una noticia, de narcos cruzando fronteras y secretos que salen a la luz en el peor momento posible. Y, sin embargo, Undercover se las arregla para ser absolutamente anodina y sin ningún encanto. No importa lo que esté contando, su absoluta neutralidad (no solo en la narración, también en los tonos, los planos y el montaje) se hace patente y hace que los méritos de la película terminan aguados.
Y no es que la historia, basada en un hecho real, no sea interesante: tenemos luchas de poder, viajes a España, dificultades con la ética periodística… Y al final, Undercover termina encallándose con la historia secundaria de la publicación de un libro en la que nada es interesante, nada hace avanzar la historia principal y nada tiene personalidad propia. Ver Undercover es como ver una hoja en blanco: en esa hoja se podrían haber escrito historias maravillosas, pero, sin embargo, sigue estando inmaculada. La nadería hecha película.
Quién lo impide (Jonás Trueba, 2021) ⭐️⭐️⭐️½
La pregunta antes de comenzar la proyección de lo último de Jonás Trueba sobrevolaba la sala: ¿Realmente hacían falta 220 minutos para contar esta película? Después de salir de ella, sigo sin tener una respuesta clara. Y es que sí, es un puzle fabuloso en el que Trueba ha logrado mezclar de manera sabia ficción, realidad, making of, metaficción e incluso intermedios y conciertos jugando con el espectador, al que no le queda más remedio que mover ficha en la partida que el director ha comenzado.
Quién lo impide es el retrato de una generación que comparte muchas cosas en común con las anteriores (a ratos, los menos, parece una especie de Skins light a la española) pero al mismo tiempo es consciente de que su destino en la sociedad va a ser determinante para el futuro, aunque no saben cómo conseguir que su voz lo sea. Y además, enfrascados en un viaje de hormonas autoconsciente en el que no paran de repetir “Ahora que somos adolescentes” o “Tenemos las hormonas volando”, en la búsqueda de la propia realización, creando su personalidad y exagerándola en ocasiones para que parezca aún más marcada.
Pero Quién lo impide también es realismo mágico en la era de Instagram, una ruptura constante de la cuarta pared y una película que abraza la dicotomía entre la realidad y la ficción sublevándose contra el propio público desde su primer minuto, en el que una llamada de Skype en la época Covid advierte que la película durará tres horas y media y uno de los chavales interpela directamente al posible público que se las trague sin rechistar. También es cierto que, aunque la película es un pequeño milagro del cine español, en su último tercio se crece más de la cuenta, abandona su lugar de película pequeña y salta hasta las reflexiones que nos dejó 2020 que quizá Jonás debería haberse guardado para un extra del DVD o una película, al estilo de la saga de documentales ‘Up’, en la que viéramos el devenir de estos chavales. Yo, por lo menos, disfrutaría mucho de Quién lo impide: 5 años después. Incluso repitiendo la duración.
La abuela (Paco Plaza, 2021) ⭐️⭐️⭐️½
Que un festival de cine serio como San Sebastián se abra al cine de género siempre es una buena noticia, pero que además de con cine más prestigioso como Earwig lo haga con películas más abiertas al gran público como La abuela es mejor noticia incluso. No es que queramos que el Zinemaldi se convierta en Sitges, pero no deja de ser un tipo de cine que siempre parece tener menos calidad per se que los dramas de época o los thrillers de actualidad. La abuela muestra a un Paco Plaza en forma, capaz de rodar escenas terroríficas que nada tienen que envidiar, por ejemplo, a las de James Wan, y al que tan solo le lastran partes del majísimo guion de Carlos Vermut.
Vermut mezcla el folklore hispano antiguo y moderno (ojo a esas escenas de auténtica tensión con La ruleta de la suerte sonando de fondo, que sin llegar a ser el anuncio de Centella de Verónica aporta angustia y realidad) con un tipo de terror que va más allá del miedo a hacerse mayor: es el miedo atávico a lo que no conocemos, a la magia negra y lo oculto que existe dentro de las personas que amamos. El problema es que, en una extraña torpeza del guion, los primeros minutos de la película desvelan elementos vitales de la misma, quitando parte de la tensión y el misterio que podría haber durado hasta sus últimos compases.
Plaza dirige como un maestro del género. Al fin y al cabo lleva una estupenda racha de más de quince años de peliculones como Quien a hierro mata, REC o la olvidada Cuento de Navidad, solo interrumpidos por anuncios de Campofrío. Los efectos visuales son increíbles, el movimiento de cámara es perfecto, la maldad se siente en cada fotograma. Comprendo a los compañeros de prensa que no salieron entusiasmados de la proyección, pero como muestra del talento en el fantaterror español actual, La abuela es simplemente perfecta.
Los ojos de Tammy Faye (Michael Showalter, 2021) ⭐️⭐️½
Teleevangelismo fraudulento, famosas caídas en desgracia, emporios cristianos cayendo en barrena… Los ojos de Tammy Faye lo tenía absolutamente todo a su favor. La historia está basada en un documental del mismo nombre de hace 21 años. Tristemente, no aporta nada a lo que podría contar un buen documental: la dirección de Michael Showalter es desconcertantemente telefilmera, su libreto está especialmente mal escrito y solo consigue salvarse de la quema por una escena final arrebatadora y la actuación (y trabajo de maquillaje y peluquería) de Jessica Chastain, justa ganadora de la Concha de este año.
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