En la sección Perlas, que recoge una selección de lo más relevante del año visto en otros festivales, hemos visto el acercamiento francés de Kore-Eda, anime para los muy cafeteros, parodias financieras y planos finales que rompen almas. ¡Bienvenidos (de nuevo) al Zinemaldi!
Weathering with you (Makoto Shinkai) ***
Reconozco que Makoto Shinkai no es un director que me cause devoción. Ni las alargadísimas historias de A 5 centímetros por segundo ni la ñoñez de El jardín de las palabras me llegaron a calar. Your name fue un paso en la buena dirección con un reparto del protagonismo mejor llevado, pero en Weathering with you vuelve a caer en viejos y aburridos clichés del anime más rancio, con otra historia sobre amores adolescentes imposibles pasados por la batidora de la fantasía.
Hay aciertos en Weathering with you. Por ejemplo, Shinkai ha ganado en sentido del humor con unos cuantos gags estupendos, y la animación sigue siendo de una calidad altísima. Pero la película se centra tanto en el insípido protagonista que se olvida de quién es realmente el personaje que mueve toda la trama: su partenaire femenina, capaz de hacer que la lluvia escampe y salga el sol, y cuyas motivaciones y decisiones son las que realmente hacen que la película sea así y no de otra manera.
Shinkai tiene una idea perversa de cómo funciona el amor, condenando al film a un desenlace imposible en el que lo mejor es ver la progresión de algunos de sus personajes secundarios, que merecen más minutos en lugar de dárselos a ese protagonista sin oficio no beneficio cuyo arco no llega a interesarnos lo más mínimo durante el devenir de la obra. Ojalá un mejor guión, con mayor foco en Hina, la chica con poderes, para una película que merecía más talento detrás. No, este no es el nuevo ‘Your name’ por mucho que lo intenten vender así.
Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma) *** ½
El plano final de Retrato de una mujer en llamas es de esos que se te queda grabado en la mente como un punto que seguirás recordando una década después. Es la culminación de una película de sentimientos contenidos, amores ocultos, pasiones irrefrenables, cuadros borrados y emociones a flor de piel cocidas a fuego lento. Quizá demasiado lento. Y es que durante sus primeros minutos, la película parece poner a prueba nuestra paciencia (o nuestras ganas de resistir a una buena siesta) con un ritmo particularmente pausado, en ocasiones mortecino. Este ritmo no es una mala decisión en absoluto: es necesario para discernir entre las dos partes de la película, especialmente a partir de que la música entre en la vida de Marianne y Héloise, primero en forma de piano y tormenta, y después en forma de fuego y tradición vocal.
La música marca un antes y un después en la vida de nuestras dos protagonistas, aunque la película nunca se ocupa en subrayarlo: somos nosotros, como espectadores, los que inconscientemente unimos estos dos momentos de una película necesariamente silenciosa y nos ayudan a conectar los puntos de un film para el que es difícil no hacer spoilers. Baste decir que se nota que tras la cámara está Céline Sciamma, una de las voces propias más importantes de los últimos años gracias a películas como la maravillosa Tomboy, que sabe impregnar cada minuto de magnetismo y personalidad. En el papel actoral, Noémi Merlant y Adéle Haenel realizan dos papeles absolutamente soberbios interpretando un guión en el que ninguna decisión se deja al azar y en el que en su aparente simpleza radica su tremenda complejidad.
Después de verla, estaréis enamorados como yo de Marianne y Héloise, sus miradas furtivas, su página 28, su retrato a medio hacer, sus abrazos desesperados, sus suspiros tensos y sus conversaciones de alcoba. Y es que Retrato de una mujer en llamas debe ser vista y disfrutada más de una vez. Marianne y Héloise no merecen menos.
Dinero sucio (Steven Soderbergh) ***
Decía Ignatius Farray en su monólogo más famoso aquello de “¿Se acuerdan? ¿De Wikileaks? ¿Qué por unas filtraciones… toda esa mierda? Ese señor mayor ahí paseando al yorkshire. ¿Ustedes se creen que ese señor se está enterando ni de la mitad de las cosas que pasan?”. Dinero sucio es la versión hecha cine de ese monólogo, en versión Papeles de Panamá y con explicaciones al estilo La gran apuesta de regalo. Eso sí, Soderbergh es lo suficientemente inteligente como para coger prestado el formato a Adam McKay y mejorarla notablemente. Antonio Banderas y Gary Oldman (ojo al dúo cómico inesperado) sirven como eje entre las distintas historias que pululan por el filme en lo que es su gran –y más grave- error.
Dinero sucio no necesita una historia larga que una los diferentes sketches, porque ni al film le interesa ni a nosotros como espectadores tampoco. Lo que precisa son historias autocontenidas que poder ver de un tirón, sin necesidad de tener que recordar dónde nos quedamos veinte minutos antes. Con un casting tan multitudinario como este, en el que nadie quería perderse la piel (aparte de los dos nombrados, ojo: Meryl Streep, Sharon Stone, David Schwimmer, James Cromwell y Will Forte solo son algunas de las caras conocidas que pasan, bien con papel o bien con cameo, por la pantalla), sería mejor explicar cada uno de los conceptos por separados en lugar de tratar una absurda cohesión.
El guión no es perfecto, y su desenlace deja mucho que desear, pero Soderbergh hace maravillas con la cámara (mucha atención a ese travelling final) y las explicaciones quedan mucho más claras que en El vicio del poder o La gran apuesta, consiguiendo que hasta el más nulo económicamente hablando termine quedándose con las partes esenciales. Y todo ello, sin dejar de divertir en ningún momento. ¿Es perfecta? No… pero tampoco es lo que busca. Lo que quiere hacer, lo consigue sin problemas.
La verdad (Hirokazu Kore-eda) *** ½
Kore-Eda firmó una de las mejores películas del año pasado (la portentosa Un asunto de familia) y había ganas de ver su debut europeo, en el que se ha juntado con dos actrices de la talla de Catherine Deneuve y Juliette Binoche. La verdad es, una vez más, un relato sobre el significado de la familia, cómo los secretos y las medias verdades pueden aflorar ingratos recuerdos y cómo solucionarlos está, en el fondo, en nuestra mano. El problema es que el director se entronca con algunas tramas secundarias que no van a ningún sitio (como el problema del personaje de Ethan Hawke con la bebida, que viene y va a gusto del guión) y pierde parte de la magia de su –no nos engañemos, imperfecta- etapa asiática por el camino.
Pero esta historia de metalenguaje fílmico deja para el recuerdo una portentosa actuación de Deneuve, que ya ganó el premio Donostia hace 24 años (y se rumorea que no acabó muy a gusto con la organización) y Binoche, cuya Concha debería estar al caer tras la lección de contención que realiza en La verdad, una película que, de estar rodada por un director europeo, tendría gritos, llantos, palabras soeces y recuerdos echados en cara. Sin embargo, Kore-Eda sabe conjuntar muy bien su estilo cinematográfico con la grandiosidad europea, aprovechando a las dos actrices para unas escenas más frías, íntimas y contenidas de lo que cabría esperar.
Al final, nos quedan escenas para el recuerdo que dejan por el camino parte de la magia propia del director pero conforman un melodrama que da gusto ver, con personajes construidos de manera inteligente y situaciones que, lejos de buscar la lágrima fácil, hacen que nos sintamos, como espectadores, parte de la historia, incluyéndonos en este ambiente frío y hostil que poco a poco varía hacia el entendimiento mutuo. Es cierto que sobran algunos personajes (¿por qué se le da tanta importancia a los problemas de Hank, el personaje de Ethan Hawke, que distrae de la trama principal?), pero el conjunto general es más que notable, y demuestra el talento del director tokiota para grabar incluso en una lengua distinta a la suya.
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