Sabemos que faltan aún tres días para que el Festival de Cine de Málaga concluya, y puede ser que hoy hallamos asistido a la película más superflua de todo el festival.
La culpa del cordero forma parte de la selección que la organización del Festival ha teniendo en bien enmarcar dentro del ciclo Latinoamericano; se nos presenta cómo una familia, que en principio parece normal y apacible, ha sido destruida poco a poco con la falta de comunicación entre todos sus miembros. A priori podríamos estar frente a un festival de la congoja y de la lágrima, pero nada más lejos de lo que nos espera.
La culpa del cordero tarda cuarenta minutos en arrancar o en que tan siquiera pase algo interesante que nos motive a seguir sentados en la sala aguantando semejante calvario, y cuando lo hace, se detiene en seco para seguir con el interiorismo de sus personajes y la vida costumbrista que estos llevan.
Tal vez, y he aquí mi mayor duda con respecto a la película, es que no se sabe muy bien a qué género pertenece; podría ser catalogada de comedia negra o de drama blanco, pero al no establecerse en ninguna de las dos orillas, hace que sea el propio espectador el que esté continuamente preguntándose “¿pero va a pasar algo en algún momento?”
Y el claro que sí, pasan cosas, pero en un final demasiado aturullado, casi como si el propio director tuviera prisa en salir corriendo de escena por sentirse culpable por obligarnos a ver semejante despropósito. Y todo esto sin mencionar un tembleque contínuo en la cámara para imprimir un sentimiento, que a día de hoy, desconozco, aunque ahora sé cómo se siente uno al estar dentro de una batidora. Sólo puedo destacar la figura de Mateo Chiarino, que se hace dueño y señor de todas las escenas que cuentan con su presencia.