El vientre del mar

Festival de Málaga 2021: «El vientre del mar», el tiempo y la bestia

Ante La balsa de la Medusa, el conde O’Mahony exclamó <<¡qué espectáculo tan repugnante, pero qué obra tan bella!>>. En el Salón de 1819 quedaba expuesta la obra de Géricault, uno de los pináculos de la pintura romántica gestada en estudio y morgues de todo París, y hay que destacar en esta ocasión el devenir de los tiempos, cuando lo mejor que se puede sacar hoy en día de una catástrofe es la grotesca imagen de las sirenitas. Agustí Villaronga, que a sensibilidad no le gana nadie, entiende que el morbo para con las desgracias ajenas no puede tener cabida. El vientre del mar, una adaptación de Alessandro Baricco sobre la catástrofe frente a las costas de Senegal en 1816, no deja de ser un espectáculo repugnante y una obra sublime al mismo tiempo, y aún así no es sino un necesario recuerdo de que el tiempo es un círculo plano en el que todo se repite.

El vientre del mar

Las balsas que cada día recorren el Mediterráneo no distan en el fondo de la que años atrás apenas flotaría con 146 personas a bordo. Agustí Villaronga alberga conciencia, no trabaja el morbo. Su obra manda un claro mensaje hacia aquellos que rehusan dar la mano a quienes arriesgan su vida por huir de la tragedia. Y lo hace con un ligero inciso, apenas una imagen para el despistado que obvie los paralelismos. Con ello es suficiente, pues recalcar en demasía sobre lo que ignoramos a conciencia cada día sería de mal gusto. El vientre del mar hace gala de la magia del montaje a base de poderosas sutilezas. Así los sórdidos detalles quedan relegados al hecho histórico sin que las implicaciones actuales caigan en el olvido. Frente a Géricault, interesado en estudiar los cadáveres, Villaronga nos expone con imágenes similares, a veces sórdidas pero siempre delicadas, un dolor psicológico que las trasciende.

Por aquellos años, entre el XVIII y el XIX, hubo un especial interés por el mar. Se le tenía miedo, se le admiraba. Junto a la violencia de Géricault, estaba la de Vernet, que empequeñecía al hombre frente al oleaje. Lo sublime adquiría una dimensión sumamente frontal en la que el hombre nada podía hacer frente a los embates de la naturaleza; el terror se queda en apenas un efecto de choque de imágenes preparadas para manipular sentimientos. Lo que Agustí Villaronga prepara en su mar artificial es una suerte de abstracción en la que el sentimiento nace y se percibe desde lo humano. Son las reacciones humanas dentro de ese templo-cisterna, un santuario teatral de una belleza casi mística, las que conducen la historia y generan el sentimiento sublime. En esta ocasión, el mar es un ente dormido, que devora sin ser visto, cuyo rumor emula una bestia capaz de enloquecer con su sola presencia. El carácter religioso que adquiere El vientre del mar conduce este teatro inmersivo en el que el montaje no conduce tanto la historia como sí el manejo de las emociones y la moral de los personajes. Una vez más, el montaje termina por acercar el audiovisual a las estructuras abstractas de la literatura.

El vientre del mar

El vientre del mar cuenta la historia de gente atrapada por límites distintos. La jaula es la distancia, como la que nos separó en marzo de 2020. Agustí Villaronga readaptó este capítulo durante los meses del confinamiento, tiempo en el que prometimos llegar a ser mejores. Del mismo modo, la promesa de venganza o, sencillamente, de salir de allí no se cumplió. Historias en las que un loco guía a la desesperada a cientos de personas se repiten en círculo sin que rompan la barrera de la distancia o la ficción. Lo del que el ser humano tropieza siempre con la misma piedra es tan cierto como que las balsas a la deriva volverán para ser engullidas por la bestia durmiente. El vientre del mar es un escalofriante relato, literatura visual en la que imagen, sonido y palabra juegan en armonía para crear de la repugnancia una obra bella.

El vientre del mar (Agustí Villaronga, 2021) ⭐️⭐️⭐️⭐️½

El vientre del mar

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