Entre las esquinas de un pueblo corriente las sombras anticipan figuras que nunca llegan. Las calles dibujan extrañas líneas bajo un sol abrasador o una luna siniestra. Este pueblo corriente e incierto, que pinceles como el de De Chirico o Julio Romero de Torres retrataron como un inquietante sueño, es el escenario de una curiosa fábula dibujada en espiral. Destello bravío es una de esas películas que, como el pueblo que retratan, parecen improbables ya sólo por su curiosa apariencia. La opera prima de Ainhoa Rodríguez nos propone un viaje críptico hacia el interior de la tierra, o más bien su recuerdo.
La fábula del pueblo corriente e incierto acontece en paralelo a la realidad. Quienes recorren las calles viven acorde a sus rutinas, apenas conscientes de lo que yace oculto a plena vista. Las reminiscencias al cine de David Lynch apuntan a tal hecho. Destello bravío presenta así su misteriosa imagen, llamada surrealista por aquellos que prefieren dejarse llevar al no reconocer su cierta lógica. En efecto, Destello bravío podría ser una obra surrealista en tanto en cuanto el surrealismo pretende revelar aquello que subyace bajo la realidad, y lo que esconde este pueblo sólo es explicado a través de los sueños o los milagros. Como en el nuovo cinema galego, la tradición en esta tierra de barros y olivos termina por explicar lo inexplicable. Para Aihnoa Rodríguez los sucesos y leyendas del pasado, puestos en bocas de padres y abuelos, son filtrados por la imaginación, la distancia y sobre todo el cariño. Con estos filtros la imagen del pueblo se vuelve fantasmagórica e inquietante; con este escenario, la fábula se nos presenta.
Destello bravío es resultado de un proceso de escritura orgánica y cambiante que nunca obvió su objetivo. Lo que se esconde bajo la realidad tiene una fuerza política temible por su irracionalidad. Aihnoa Rodríguez declara la guerra a la masculinidad liberando a la mujer de sus ataduras. Las escenas sexuales son una auténtica y necesaria desinhibición de sus personajes, sometidos a una tradición dictada por el hombre. La cabina de Jose Luis López Vázquez ha sido en esta ocasión tiroteada no por el avance de los tiempos sino por la energía tanto tiempo contenida y ahora liberada. Defendidas por la Virgen, estas mujeres desatan una potencia sexual enérgica e íntima a la vez, una expresión de un yo por tiempo enterrado. La fábula de Destello bravío es una historia retorcida en espiral hasta su corazón, el mencionado disparo. La descomposición de sucesos, que bien devuelven a la memoria las estructuras de Carretera perdida o Mulholland Drive, nos lleva a un viaje hacia el interior de los símbolos, el verdadero eje de la narración. En esta ocasión, a Fellini y Buñuel se les ha puesto del revés.
La experimental apuesta de Aihnoa Rodríguez, cuya única irracionalidad es la del sentimiento que la empuja, es una sobrecogedora amalgama de sensaciones, de las que arrebatan el aliento. La máxima es retorcer el código: los hechos se alteran en espacio y tiempo, el diseño de sonido omite la lógica y ensordece según se requiere. Las imágenes nos ocultan algunos rostros, la cámara no recorre las habitaciones, ocultando lo que sea tras las esquinas. Las sensaciones extrañas, sumamente oníricas, demuestran una absoluta consciencia sobre el poder de la imagen, un increíble bagaje y, sobre todo, una precisión milimétrica que nada deja a la ilógica o al automatismo.
Destello bravío es una de esas películas, de las que por desgracia caen en el olvido fácilmente. El marco de la sección oficial en el Festival de Málaga le brinda la oportunidad perfecta para que esto no ocurra, siempre y cuando aquellos dispuestos a escuchar y sentir esta peculiar fábula corran la voz sobre las rutinas y leyendas de las mujeres en este pueblo corriente e incierto.