Festival de Málaga 2019: «Buñuel en el laberinto de las tortugas», la realidad que él quería

Desde La Alberca, frontera entre Salamanca y Cáceres, Buñuel inició su viaje en 1932 hacia una tierra de muerte y pena. Las Hurdes se le presentaba como esperaba, pedregosa y triste. A lo lejos, los tejados de las chabolas de piedra sugerían la forma de tortugas para los acompañantes del director. El panorama, cuanto menos, desolador. La muerte es uno de los tantos leitmotiv que el surrealista buscaba en el corazón de la España negra; Buñuel en el laberinto de las tortugas rememora el suceso y nos ofrece un contexto.

Buñuel en el laberinto de las tortugas

Las gentes de Extremadura no comprendieron Tierra sin pan. No es para menos: el relato que Buñuel ofrecía al público era demasiado trágico como para considerar que aquello pudiese ser real, pero tampoco quiso rebajar el tono. La película aborda con curiosidad estos detalles macabros que caracterizaron el documental, las ficciones que el aragonés provocaba para trasladar al celuloide la realidad que él quería, no la que de verdad tenía ante sus ojos. Buñuel en el laberinto de las tortugas sigue la biografía del cineasta con bastante interés y cariño. Fino en su retrato pero libre en su interpretación, la cinta ahonda no tanto en los sucesos como sí en el prisma de Buñuel.

No es fácil atenerse a la realidad cuando dicha realidad no coincide con la tuya. Eso es algo que Buñuel entendió cuando en Tierra sin pan plasma sus inquietudes surrealistas sobre su artificial documental. Esta cinta indaga sobre ello, no obstante, desde una perspectiva clásica. Miyazaki se aventuró sin necesidad en el terreno de la fantasía en el biopic El viento se levanta, pero esta producción prefiere separar los mundos del sueño y la vigilia. Nada que achacar a esta decisión, pues el personaje de Buñuel, sus ensoñaciones y caprichos cinematográficos ya ofrecen extrañeza suficiente como para endulzar la narración sin que el resultado sea desconcertante. Al final, el conjunto conserva un cierto encanto, en parte gracias a la sencilla aunque pobre animación.

La crudeza de la Buñuel en el laberinto de las tortugas quizás queda ensombrecida frente al cómic en esa voluntad por acercarse a todas las facetas de lo ocurrido. Lo lírico, lo surrealista queda en lo anecdótico, y las escenas que alumbran el sentido mortuorio de la obra toman protagonismo y fuerza por sí solas, sin necesidad de simbología. Lo que en su día Buñuel no quiso hacer, lo hace ahora esta producción, cuyos responsables presumen de contar con Arrugas en su bagaje. Al final, la didáctica de esta ligera pero dura cinta, que intercala la animación con fotogramas reales del documental, incita a la curiosidad por el cine de Buñuel a la par que sobrecoge por la cercanía de la muerte en una tierra entre la vida y la muerte. No es necesario una realidad surrealista, no es necesaria la fantasía del inconsciente, la realidad habla por sí misma.

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