¿Recordáis la última vez que dos amigos discutieron y vosotros os visteis en medio? Cada uno te cuenta su versión, tu te vuelves loco y, al final, no sabes ya que creer. Dos puntos de vista, ambos verdaderos, cero conclusiones. Benzinho son dos caras de una misma moneda: una madre sufridora con la que empatizar y una mujer egoísta a la que rechazar.
Con Benzinho, volvemos al cine costumbrista. Esta es la historia de Irene, su modesta familia y todos los obstáculos a los que se han de enfrentar. Con cada parche en su hogar, a punto de desmoronarse, Irene se enfrenta a los embates del tiempo que amenazan con cambiar su vida tal y como ella la conoce: un hijo que se marcha a Alemania como jugador profesional de balonmano, una hermana que se marcha de casa con su hijo, un marido soñador… Irene procura mantener los pies en la tierra y la película nos pone en su piel mientras lidia con todos los problemas que, como las averías de su casa, aparecen con cada parche.
Sin embargo, no se hasta que punto esta es la intención del autor. El personaje de Irene sigue siendo el eje central de toda la trama, pero entre medias Gustavo Pizzi centra el foco en su hijo Fernando, o en Klaus, su marido, que sueñan hacia el futuro con proyectos arriesgados, sacando a Irene de su zona de confort. Irene muestra su egoísmo e inseguridad al no querer que su hijo se marche a Alemania, al querer reconciliar su hermana con su inestable y drogadicto marido, y es capaz de actos cuestionables para lograr que todo siga a su gusto. La cinta quiere que apoyemos a estos personajes y nos lo pone muy fácil para que simpaticemos con sus tesituras y condenemos la actitud de la madre. Mas justo cuando lo consigue, volvemos a Irene y nos insisten en que ella es la víctima. ¿Con qué versión hemos de quedarnos al final? Es demasiado evidente que mostrar esa dualidad es intencionado, quizás es simplemente cuestión de asimilación. El drama, reflexionando fríamente, acaba siendo potente porque estamos ante un amor egoísta, pero sigue resultando una mezcla extraña.
Benzihno presenta una fotografía precisa y labrada que recuerda en ocasiones a Redemoinho por su minuciosidad. Gustavo Pizzi no mueve la cámara salvo cuando es necesario y abre el plano sin miedo en pos de una trabajada puesta en escena, tan colorida que remite a obras como la reciente The Florida Project. Lo cierto es que se puede apreciar algunas similitudes con la obra de Sean Baker, como el tono costumbrista. No obstante, el norteamericano crea con el color un mundo de fantasía para la pequeña Moonee, además de imprimir un toque documental al evidenciar la presencia de la cámara. Gustavo Pizzi, en cambio, es obsesivo. El brasileño busca la imagen «bella» al componer los colores armónicamente y al configurar, como apuntó Manuel Collado tras el pase, unos escenarios demasiado medidos para una obra costumbrista que necesita espontaneidad.
Benzinho es valiente en la subversión del arquetipo de la madre en la ficción, enmarcada en una historia con un drama visible, pero sin ser grandilocuente; fuerte, pero sin llegar al extremo. Una cinta interesante que no termina de despuntar del todo de entre la multitud.