Es curioso como la construcción de narraciones corales funciona prácticamente siempre en el mundo televisivo pero nunca llega a funcionar del todo en el mundo del cine. Quizás sea porque es necesario tiempo para que cada uno de los personajes crezca y resulte interesante para el espectador y las películas desafortunadamente juegan con unos límites temporales estrictos. Aun así no es imposible encontrar buenas películas corales, solo hace falta buscar en la filmografía de Robert Altman para encontrar probablemente la mejor película coral de la historia del cine, Short Cuts (Vidas Cruzadas). Pero incluso en este caso la película superaba las tres horas de duración. Ville-Marie no es en esencia una película excesivamente coral pero juega paralelamente con dos entornos con personajes diferentes que se van entrelazando.
En Ville-Marie por un lado tenemos la trama protagonizada por Monica Belucci, una veterana actriz que vuelve a actuar para el director de cine que fue pareja suya durante varios años. En esta trama se incluye la vida de su hijo y su objetivo por conocer quién es su padre. Paralelamente se desarrolla los arcos de otros personajes relacionados con un hospital en el que destacan el conductor de una ambulancia con problemas de narcóticos y una enfermera que vive traumada al haberse distanciado completamente de su hijo. Las tramas de todos estos personajes se juntan cuando el conductor de la ambulancia atropella al hijo de Monica Belucci. En vez de confluir de una forma orgánica lo hacen de forma forzada y en ocasiones hasta evidente. Pero quizás el problema más grave de Ville-Marie es que en ningún momento llegamos a simpatizar con sus personajes a causa de que tienen conflictos muy simples y que se desarrollan de forma totalmente superficial. Incluso el personaje más fuerte interpretado por Monica Belucci resulta hasta en ciertos momentos ridículo a causa de la densa dramatización que ha de soportar.