Como ya sabéis, la nueva obra de Blue Sky Studios (Ice Age, Río) se trata de la cinta de animación más esperada desde Papá, soy una zombie y Pos Eso. Sin lugar a dudas, el enorme descenso en taquilla de Los Últimos Jedi se ha debido a la entrada de Ferdinand en los cines españoles: caos, colas, gente disfrazada de torero en sus concurridos preestrenos a medianoche, locura, expectación. Que no pare la fiesta de Ferdinand.
Sorna y fracasos taquilleros aparte, la nueva adaptación del relato de Munro Leaf —la anterior siendo el famoso y controvertido corto de Disney— no es el mojón de enormes proporciones que daba por hecho que estaba a punto de comerme justo en el momento de sentarme en la butaca, cual cordero en un matadero, esperándome lo peor. La historia de Ferdinand quizá no daba para un largometraje, y menos aún a cargo de los responsables de Robots, pero por lo menos cumplirá la misión de entretener a vuestros hijos durante hora y media sin crearles secuelas psicológicas irreversibles.
Huelga decir que mis temores infundados parecían estar a punto de cumplirse durante gran parte del film: sus dos primeros actos son potencialmente problemáticos, están plagados de chistes tonal y moralmente cuestionables (en muchos aspectos no deja de ser una versión para todos los públicos de La fiesta de las salchichas) y por momentos da la impresión de que nos encontramos ante una extrañísima glorificación y oda cinematográfica a la tauromaquia. Las batallas musicales protagonizadas por caballos maricas (sic) no le ayudan a sumar puntos a su favor. Pero al final todo se arregla.
Y no es que los chistes empiecen a tener gracia de repente, ni que las referencias a España dejen de ser deliciosamente racistas (en su defensa, al menos esta vez se han documentado lo suficiente como para no meter sombreros mexicanos por doquier), aunque sí que queda mucho más claro el mensaje que busca defender la película. Un mensaje genuinamente poderoso, transmitido simplemente con imágenes. Unas imágenes muy sencillas, pero que sin embargo sé que perdurarán clavadas en mi retina durante mucho tiempo. Aunque luego me olvide del resto. Que lo haré.
Hablando de imágenes, está claro que los de Blue Sky Studios no son Disney/Pixar. Ni Dreamworks. Ni siquiera Illumination. La animación no pasa de ser meramente funcional y los diseños pecan de simples y bastante feúchos. Bien es verdad que podría ser peor. En peores plazas animadas hemos toreado los espectadores y, por suerte, Ferdinand no es una aberración al nivel de Foodfight. No nos deslumbrará más allá de algunos momentos puntuales, pero al menos cumple su propósito. Que no es poco, visto lo visto.
Por desgracia, no puedo comentar sobre qué tal están John Cena, Kate McKinnon, David Tennant o Miguel Ángel Silvestre en sus respectivos papeles. El pase al que accedí proyectaba la versión doblada al español. Algo positivo que sí puedo decir con respecto a dicho doblaje es que no he percibido la voz de ningún famosete o youtuber de tres al cuarto distrayendo y destrozando la cinta. Algo es algo. La traducción también parecía bastante decente, así que cero pegas más allá de mi pedante preferencia por la versión original.
No os voy a mentir, Ferdinand no os va a cambiar la vida. No será la película favorita de los más pequeños de la casa, ni va a reventar la taquilla en ninguna parte, ni se venderán moñecos del torete estas navidades. Pero es fundamentalmente inofensiva, tiene un buen mensaje y, exceptuando el tono rotísimo que tiene en sus dos primeros actos, no se me ocurre ningún defecto apocalíptico que achacarle. Es, fácilmente, la séptima o novena mejor opción en taquilla para acudir al cine esta semana. Haced lo que queráis.