No estamos acostumbrados a ver a alguien como Denzel Washington interpretar un papel tan dramático como el de Troy Maxson en Fences, un ex jugador de beisbol retirado que vive con amargura y pelea cada día con saña con el hombre blanco no aceptando sus reglas, leyes y decisiones. Se refugia en el alcohol para evadirse y escapar de sus fantasmas y errores del pasado y para encontrar el amor en otros brazos que no son los de su fiel esposa Rose, una espectacular Viola Davis que opta al Oscar este año a mejor actriz secundaria en esta Fences superlativa.
Dos son los lugares que prestan cobijo a este apesadumbrado hombre, dos son los escenarios por donde se mueve, sobrevive y cuenta sus historias a aquellos que deseen escucharlas, entre los que se encuentra su mejor amigo Jim Bono. La casa familiar con su patio y porche sirve de sala de reunión y de conflictos tanto para con su mujer como para con su hijo al que aterroriza con su sola presencia, enfrentándose a él en numerosos momentos. Son unos duelos con gran tensión que le hacen recordar sus pasados partidos deportivos. En este lugar él golpea cada día una pelota, problemas con los que le castiga la vida y en este lugar se atreve a confesar un pecado que le llevará a la ruina, algo que pesa más que toda la culpa que atesora. En un bar cercano a su casa él puede tener su rinconcito secreto, su espacio privado en el que no están ni su familia, hijos pidiéndole dinero interesadamente o un hermano con una enfermedad mental ocasionada durante la guerra, ni están todos aquellos que él más odia.
Cuando se lleva al cine una gran obra teatral como esta de August Wilson que ganó los prestigiosos Premios Pulitzer y Tony y se estrenó en 1985 en Broadway uno tiene que contar con un reparto poderoso y a fe que este lo es. En Fences, cada uno de ellos se come la pantalla cuando aparece, cada uno de ellos transmite un sentimiento diferente pero todos comparten algo y es una intensidad máxima. Cuando se canta, cuando se toca esa trompeta que abrirá las puertas del cielo o cuando se recuerdan historias de abuelo cebolleta que son en boca de este padre afroamericano palabras de ley, uno tiene la sensación de estar junto a ellos, de compartir y padecer un pedazo de su existencia y en esto los primeros planos, realistas a más no poder ayudan y mucho.
Fences es un magnífico film de actores y actriz, donde el diálogo salta a la comba con ritmo pero sin pausa cambiando de protagonista a cada instante en un juego poco inocente y si extremadamente cruel. Retrata a las mil maravillas una tradicional familia cincuentera en donde el marido es el único que trabaja y lleva el dinero a casa, su mujer es un ama de casa de las de antes que cuida de los hijos y los sobre protege, mima y ama sobre todas las cosas. Los pantalones parece llevarlos Troy con una autoridad y unas normas que asustan y que ha contribuido a hacer más grande la distancia entre padre e hijos. El respeto sin amor hará al final que todo desemboque en una crisis con más de una víctima, con inocentes que separarán caminos y que solo volverán a unirse en memoria de los fallecidos.
Las dos horas y veinte minutos de metraje no se hacen largas pues cada frase del guion es importante, incluso las que nos parecen anecdotarías en el fondo ayudan a profundizar en la psicología del personaje y nos ofrecen explicaciones a sus comportamientos o acciones. Cuando salgamos del cine recordaremos unos años en los que casi todo el mundo actuaba de la misma manera con unos valores basados en el respeto a los mayores o progenitores y en la voz de la experiencia, un libro abierto que representa el bueno de Troy, el vivo reflejo de su padre. No solo eso, algunos nos llevamos de propina alguna frase de camiseta y melodías con perros que tienen nombre de color.