Todos hemos oído frases como “los buenos padres no nacen, se hacen” o “padres son los que los crían, no solo los que los engendran”. Siempre se ha dicho que para ser un buen padre se necesitaría un libro de instrucciones pero que al no haberlo hay que tirar de la experiencia y de la responsabilidad. Pete y Ellie van a aprender a serlo cuando se hagan cargo de tres niños siguiendo un programa de familia de acogida, en Familia al instante, el film cómico que nos visita este fin de semana.
Estos dos interioristas, sus respectivas madres y un perro van a jugar el partido de sus vidas echándole ganas, corazón y una pizca de humor que siempre viene bien. Sean Anders, un fijo en cuanto a las comedias estadounidenses con niños, director de Desmadre de padre o las dos partes de Padres por desigual, la segunda más flojita, se une al guionista cómico John Morris para traernos en Familia al instante un trabajo muy de su cosecha pero algo más serio.
Es complicado criar a unos niños que no son tuyos y más aun sabiendo que en cualquier momento la madre o padre natural pueden arrebatártelos con todas las de la ley. Ese el miedo que circula por las mentes de Mark Wahlberg y Rose Byrne, sobretodo cuando los lazos sentimentales que se han establecido son fuertes y verdaderos. Estos padres suplentes, tras pasar el periodo de aprendizaje con maestras o entrenadoras, la elección y la prueba definitiva con los niños, latinos los tres, ven peligrar su nueva familia cuando la pelota parecía rodar y moverse de una manera rápida y certera. Tras unos comienzos prometedores y sin apenas presión u hostilidades, los dos equipos están tanteándose, el marcador se abre para los de casa que juegan con sus reglas y sus costumbres. Todo es alegría y alboroto, todo marcha de maravilla y no parecen avecinarse complicaciones a tenor de lo visto hasta ahora ¡nada de eso! De repente el adversario intuye debilidad, cansancio o confianza y comienza a echar el resto con un juego impredecible que utiliza la ventaja del cariño como arma a la que agarrarse. Los suplentes que hasta ese momento solo veían el lado bueno de las cosas y de las personas se dan cuenta que el cuento de hadas puede volverse una pesadilla que puede acabar por derrotarlos dejándolos mal para con el público y haciendo que vuelvan al banquillo. Ni siquiera la ayuda de dos experimentadas madres, ahora abuelas de remplazo, podrán conseguir parar esta ofensiva. La remontada se ha consumado y los titulares que descansaban o andaban missing vuelven al campo dispuestos a recuperar su sitio, cueste lo que cueste. Lo que antes fueron bromas, relaciones difíciles pero lógicas y costumbres compartidas ahora se convierten en silencios incómodos con incertidumbre que no presagian nada bueno. Los accidentes casuales, siempre protagonizados por el asustadizo e inseguro Juan, tienen pinta de huir y escaparse entre las manos, como la pistola de clavos de Pete, las confesiones y rebeldes acciones de la adolescente Lizzy, desaparecen como los muros tirados con martillo y las travesuras y rabietas de Lita vuelan lejos como los globos que ella misma lleva en su visita a parques infantiles.
La comedia, antes inundada de gags efectivos y con mala leche se convierte en un drama lacrimógeno de esos que no hacen prisioneros. El típico pero siempre eficaz juicio final con moralina y funcionarios de buen rollito nos da tiempo a enjugarnos las lágrimas para que nadie vea que en el fondo tenemos nuestro corazoncito, incluso algunos como yo que no tiene hijos ni los espera de momento. Ese árbitro que parecía no aceptar nuestras indicaciones, daba siempre la razón al otro y era acusado de aceptar maletines ahora sonríe al vernos y solo le falta llevar una camiseta en el juzgado con el lema escrito “Yo amo a los padres de acogida”. Los que están a su lado que antes tenían una cara de vinagre que echaba para atrás y que solo contestaban con monosílabos al final incluso se hacen selfies contigo y te piden el teléfono para ir a veranear juntos el próximo año. Es lo que tiene mandar un mensaje políticamente correcto que además es acertado porque es verdad que en el mundo real, no en el del cine, hay muchos niños y niñas que lo están pasando muy mal por el abandono o muerte de sus progenitores y que se merecen una segunda oportunidad con alguien que les quiera regalándoles una nueva familia y una protección bien necesaria.
Familia al instante pese a contar con un guion muy trillado y ya visto en otras ocasiones, se sale de la norma porque engaña en el fondo y las formas, sobre todo las finales.
Familia al instante no es tan cómica como parece indicar ni tampoco es tan dramática como intenta hacer ver en algunas conversaciones con morros arrugadas y llantos varios. Tira por el camino del medio y funciona en muchos ratos elevándola dentro de la categoría de su peso y destacándola del resto.