Estafadoras de Wall Street

Estafadoras de Wall Street, de abajo arriba y de arriba abajo

Habrá muchos motivos por los que nosotros, espectadores, apreciamos películas como Molly’s Game, El lobo de Wall Street, La red social o la reciente El vicio del poder de Adam McKay. A mi en especial me gusta un detalle muy asumido desde luego por ser efectivo y es que sabemos que lo que bien está acabará mal. Me gusta saber en estas cintas el fracaso con el que la historia culminará para entre medias comprender cómo el éxito se trunca con facilidad. Saber el final, además, ayuda a desprenderse del misterio en favor del ritmo. Estas son obras en las que el «qué» no tiene relevancia. Lo importante está en el «por qué» de sus protagonistas, en el contraste del antes y el después, en sacar tras tantas alegrías y penas una conclusión que nos ayude a seguir adelante. Tras terminar de ver Estafadoras de Wall Street recordé como, por ejemplo, El vicio del poder me dejó con mal sabor al comprender que la historia podía repetirse, y si al terminar una película inevitablemente recuerdas la experiencia de otra, igual es que algo no te ha dejado satisfecho.

Estafadoras de Wall Street

Salí con la impresión de que Lorene Scafaria no terminaba de creer en su película, presumo que por los encantos de las luces de neón. Estafadoras de Wall Street es resuelta muchas veces, lo cual llama la atención. Scafaria sorprende con algunos trucos de vez en cuando del mismo modo que las strippers que protagonizan esta huída hacia adelante lo hacen para sorprender a su público; con esas triquiñuelas narrativas consigue que la historia fluya sin atascarse o hacerse pesada – lo menos que se le puede pedir a una obra del estilo -. En este derroche estético, muy propio de historias reales tan llamativas como esta, el gusto por el brillo del club de streaptease totaliza toda la puesta en escena con el fin de mantener deleitado al espectador para mostrar acto seguido lo que ocultan las bambalinas. Scafaria alterna entre seducción y realismo buscando ponerse en serio y mandar un mensaje, pero cuando pretendes hacer eso necesitas dos ítems básicos, cámara al hombro y actuaciones creíbles. Lo primero, bien; lo segundo, para nada, lo cual nos lleva al mayor problema de la película: no puedo tomarla en serio.

Sigo dándole vueltas al por qué de Estafadoras de Wall Street. Asumimos que en el cine ya no es necesario una moraleja, pero si Scafaria insiste en dárnosla no le vamos a hacer el feo. Jennifer López en forma de antiheroína nos vende la injusticia de las clases sociales como si se tratase de la nueva Robin Hood farmacéutica que droga a los ricos para dárselo a los pobres, mas la hipocresía que supone este discurso no subyace como una capa más de profundidad. En el fondo, Scafaria se cree lo que dice. Ya me extrañaban que los primeros compases de la película, dentro del club, el erotismo escaseara. Entendí que quizás buscaba romper el vacuo glamour, mostrar la carente sensibilidad del sucio lugar para mostrar la realidad en la que viven las protagonistas. ¿Para qué hacerme ilusiones? Todo pasa por parecerse a un videoclip. Lizzo, Usher, Cardi B, estrellas del pop haciendo acto de presencia en la fiesta de la carne. El inconformismo por el estatus social seguirá en boca de las protagonistas mientras aspiran no a romperlo sino a pertenecer a él. Desde los ojos de Scafaria, el consumismo es un leitmotiv positivo, el objetivo de las protagonistas que viven el sueño americano a su modo. Estafadoras de Wall Street tiene más que ver con la telerealidad (que de realidad, lo justo), con el espectáculo, con el derroche del videoclip actual; me parece perfecto si quieres venderme eso, pero no me vuelvas a decir, Jennifer López, que el enemigo es el pez gordo con un bolso de Gucci bajo el brazo.

Estafadoras de Wall Street

Estafadoras de Wall Street entretiene del mismo modo que los peces abisales atraen con brillante luz a sus presas. Pasas un buen rato, empatizas entre tópicos de sororidad básica, te ríes a ratos, y cuando quieres darte cuenta no te parece tan mal que alguien que en su día vivió la pobreza recorra kilómetros en su jet privado para dejarle unas zapatillas a un colega. Dios bendiga a América.

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