El libro de la periodista Florence Aubenas se titula El muelle de Ouistreham, haciendo referencia al puerto próximo a Caen, en la costa normanda, desde donde salen los transbordadores que comunican con el Reino Unido, y donde una cuadrilla de limpiadoras, tres veces al día, tiene que dejar el barco listo en sólo hora y media. El libro es una crónica en primera persona de lo vivido por Aubenas en su camuflaje, haciéndose pasar a lo largo de varias semanas, por una divorciada que recala en Caen y logra trabajo en los empleos peor pagados.
Aubenas llevó a cabo su investigación en 2009, dando cuenta de las consecuencias inmediatas de la crisis de 2008, en un momento en que —a diferencia del desempleo generado por la emergencia sanitaria de 2020— los mecanismos de protección social ante el paro y la pobreza eran muy débiles y la gente tuvo que bajar la cabeza (o, coloquialmente, bajarse los pantalones) y aceptar condiciones laborales extremas, con trabajos a destajo, sin horarios fijos, ni transporte, etc. La periodista venía de un pleito contra Liberation cuando se va a un piso de estudiantes en Caen, oculta su profesión, logra un empleo y comienza a documentarse sobre los trabajadores en precario: es la misma estrategia que en 1980 desarrolló Günter Wallraff para escribir Cabeza de turco, donde se da cuenta de la marginación y xenofobia de la numerosa colonia de inmigrantes turcos en Alemania. Aubena publica en 2010 su texto (traducción en Anagrama de 2011) con una notable difusión, pues se venden cien mil ejemplares en tres meses.
El más conocido como escritor que como cineasta Emmanuel Carrère es fiel a la historia y al punto de vista de esta mujer; en En un muelle de Normandía evita toda digresión, subrayado o dramatización para rodar una película muy honrada. Por ejemplo, da cuenta de forma muy sumaria de los inmigrantes extracomunitarios que tratan saltar la valla y subirse a un barco para acceder al Reino Unido. No hace falta más énfasis ni explicación. Carrère tiene en su haber una veintena de guiones para cine y televisión, y este es el segundo largo de ficción que dirige, pero su cinefilia viene de lejos, pues escribió un ensayo sobre Werner Herzog en 1982.
Juliette Binoche (Marianne) encarna a esta periodista en una película con una historia escrita por una mujer y protagonizada por mayoría de mujeres. Queda patente esta sensibilidad y la amistad cómplice —o sororidad— que tienen entre las trabajadoras, muy festiva en momentos de celebración hasta en el más triste marco del ámbito laboral, como se revela con esa espléndida escena de despedida de una compañera que les brinda un baile en medio de la noche y de la soledad de los muelles. El cartel de la película, con Binoche sentada en un noray y rodeada de sus compañeras es una representación gráfica muy expresiva del propio filme donde, por otra parte, casi todos los hombres que hay responden a roles positivos.
En esta escena y en toda la película se aprecia cómo el director le saca partido al espacio y al tiempo del invierno. Hasta la playa que podía ser un lugar de liberación (baño de Marianne, castillos en la arena de los hijos de Chrystèle) deviene un espacio hostil e inhóspito, donde la fantasía de esos castillos dura bien poco. La ciudad, las oficinas y servicios públicos que han de limpiar, el propio barco y todo el entorno portuario muestran colores apagados y se refleja en ellos un frío que atenaza a los personajes.
También se evidencia en En un muelle de Normandía la paradoja del periodismo que, queriendo ser fiel transmisor de la realidad, ha de ocultar su condición para evitar el cambio en la realidad (principio de incertidumbre); pero ello es apreciado como una traición por las trabajadoras, que ven en Marianne una impostora que les ha engañado.
En todo caso, En un muelle de Normandía es una cinta valiosa y honrada, con personajes sólidos e interpretaciones muy verosímiles que pasa a formar parte del cine social europeo de denuncia, en línea con Ken Loach, Robert Guédiguian, Fernando León de Aranoa o los hermanos Dardenne.