Varias y variadas han sido las sensaciones que me ha producido En las estrellas del español Zoe Berriatua. Resumiendo se puede decir que sentimentalmente estaba en ocasiones muy arriba, como el protagonista, en las estrellas y en otras bajaba a la tierra helado o centrifugado como si me encontrara en el interior de una nevera-lavadora alada, un soldado de un escritor amargado que busca compañía. En las estrellas es todo un homenaje al cine, al viejito silente del que pocos se acuerdan pero que vio nacer a gente tan increíble como el mago Melies o su seguidor Segundo de Chomón, al clásico o de serie b del género de ciencia-ficción o al moderno americano y español surrealista y simbólico de Fesser.
Me perdería si hiciera referencia a todos los films de los que se acuerda el director de En las estrellas, a todos los que alude directa o indirectamente en sus imágenes. Pasamos de encontrarnos parados delante del templo colossal de Moloch en Cabiria, a la Babilonia de D. W. Griffith o los decorados de Metrópolis a acabar en las manos de un King Kong robotizado para la ocasión ¡un viaje alucinante sin Billy y Ted! El aventurero que visita todos esos maravillosos lugares y se enfrenta a estos peligrosos animales gigantescos es un pobre hombre que antes fue una estrella cotizada pero que ahora solo es un chapucero director que se hace acompañar de su hijo, el chico de Charlot.
En realidad Víctor lo que pretende en todo momento es disfrazar la realidad a su hijo, ocultándole una verdad dolorosa que tiene a su madre como protagonista y un presente o posible futuro horrible y terrorífico. Nuestro Roberto Benigni no está enmascarando una guerra sino una situación económica penosa que los aleja de la sociedad real y los convierte en unos marginados a los que nadie entiende. Varios son los mundos que se nos muestran, por una parte el real duro y avasallador que no hace prisioneros y que elimina a los más débiles ¡algunos se y ahogan sus penas en una bañera o botella de vodka! por otra parte el de los sueños o pesadillas de Víctor que comienzan o acaban en una puerta mágica en forma de charco o laguna que debilitan su control sobre su hijo y por último el que a mí personalmente más me ha impresionado, un mundo imaginario muy cinematográfico intercalado entre los otros dos narrado por la voces de los dos protagonistas, el pequeño Ingmar, homenaje al director sueco Ingmar Bergman y el director frustrado y fracasado que comienza un montón de proyectos pero que no acaba bien ninguno ¡ahora los griegos y romanos mudos no venden!
Acompañando a estos actores guionistas encontramos también a otros marginados sociales a los que solo les aguantan los suyos, una solterona avara que vive en una mansión salida de la Psicosis, de Hitchcock, un borracho que se mofa de su compañero de borracheras o un buen amigo abogado dueño de un ruinoso cine que malvive estrenando cine para adultos y que atesora en su almacén cientos de royos de película antigua que solo sirven hoy en día para acumular polvo. Por contra hay varios secundarios que les van a hacer la vida aun más difícil como esa autoritaria directora de colegio que no entiende sus penurias, la trabajadora de asuntos sociales que no ve más allá de las apariencias o la fallecida Macarena Gómez ¡tranquilos no es spoiler, se dice a los cinco minutos de comenzar la película! a la que han maquillado de forma magistral y que aparece como una presencia de ultratumba que pretende llevarse el alma y cuerpo de su marido en venganza del abandono que según ella se daba cuando este trabajaba para los americanos en el pasado.
Yo ya tenía a Luis Callejo como uno de los grandes actores de nuestro cine actual y trabajos como el que realiza en En las estrellas certifican este pensamiento. Pocos pueden pasar de la comedia al drama en cuestión de segundos con la credibilidad con la que lo hace el segoviano acompañado por el niño Jorge Andreu que ve en su padre al maestro que le ha enseñado a amar el cine, no un Santa Claus de saldo y por el que moriría o pasaría cualquier tipo de penuria o vergüenza social, incluida recoger las sobras de un restaurante de comida rápida o pasearse por un un estercolero. El Toto de Cinema Paradiso que entablaba amistad con el proyeccionista Alfredo está presente en la figura de Ingmar, sobretodo cuando su rostro se ilumina disfrutando de sesiones privadas individuales o cuando sigue a su padre por todas partes, un futuro director que recibe masterclass gratuitas. Ese niño se parece mucho a todos los que amamos el séptimo arte, yo me vi reflejado en él y muchos y muchas harán lo mismo, unos locos bajitos que una vez se creyeron todo lo que se proyectaba en esa pantalla blanca y que cuando se apagan las luces sueñan con otros mundos mejores que el nuestro.
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