Algo muy importante ocurrió el 21 de diciembre de 1970 en Washington. El rey del rock and roll y el presidente del país más poderoso del mundo, Richard Nixon mantuvieron una reunión amistosa, cara a cara, en el Despacho Oval de la Casa Blanca. La fotografía que ambos protagonizaron al final de este encuentro quedó como documento histórico para el futuro, lo que se pudo decir en privado entre esas cuatro paredes nos lo cuenta Liza Johnson en Elvis & Nixon, imaginándose una charla, de libre interpretación y propia cosecha, imaginativa pero sobre todo muy divertida. Dos caracteres muy diferentes, dos personalidades que aseguraban un choque de trenes. Todo lo contrario, al final la sorpresa fue mayúscula con un trato cordial e incluso de camaradería pues les unían más cosas que los separaban.
Los dos llegaban cuestionados o heridos a esa cita, uno por el tema Vietnam y el otro por comenzar a flaquear en su lucha y duelos de popularidad con otros cantantes y estrellas como los cuatro de Liverpool. Fueron muchas las cosas de las que se hablaron entre ellas la política, con el comunismo como bandera a la que había que atacar y el tema de las drogas como principal agente de la degradación de la juventud americana. El gran Elvis Presley deseaba más que nada en ese mundo conseguir una placa de agente federal y actuar como efectivo infiltrado en las peores bandas de delincuentes del país, algo del todo absurdo y carente de lógica. Todo el mundo le conocía, todo el mundo quería hacerse con un autógrafo suyo, todavía los selfies no existían. Su firma abría puertas y su persona tenía el poder suficiente para hacer que se ignoraran delitos menores, como portar armas de fuego cuando tomaba un avión. No habría durado ni un segundo de incognito pero eso a él le daba igual. Vivía en su propio mundo, un lugar en el que los verdaderos amigos siempre estaban a su lado, como su agente Jerry o Sonny, un Johnny Knoxville que vuelve a escena de nuevo en un papel con gracia. No necesitaba vivir en Graceland, en Memphis, las veinticuatro horas del día. Llevaba su recuerdo a todos lados como si se tratara de una foto de cartera, un lugar mágico y no solo de residencia donde él se sentía seguro y era el dueño absoluto ¡La comparativa en cuanto a metros cuadrados con la Casa Blanca es uno de los gags verbales más divertidos pero no el único!
La comedía en Elvis & Nixon lo inunda todo, desde las conversaciones y acciones entre los dos protagonistas, nada protocolarias y si muy familiares algunas con los M&M´s como estrellas de la función, hasta las escapadas furtivas que se suceden en la capital y que se traducen en encuentros nada aconsejables, como el de la cafetería con mafiosos de medio pelo. Ni siquiera los miedos y pesares tan dramáticos de Michael Shannon restan poder a una comedia que devora todo lo demás.
Un buen y entretenido guion hace más grandes a Colin Hanks y a Kevin Spacey que borda su papel del conservador presidente de Estados Unidos, algo de lo que ya tiene experiencia por la serie House of Cards en donde interpreta a un político esta vez demócrata.
Resulta increíble y aun no llego a comprender como una simple charla puede dar tanto de si y no solo eso, como puede convertirse en una película. Está claro que muchas veces la realidad supera a la ficción. No hace falta enfrentar a superhéroes salidos de los comics para entretenernos. Ponemos en un ring sin cuerdas y sin lona a estos dos personajes y que sea lo que Dios quiera ¡hasta puede que se lleven bien y hagan buenas migas! Alguno incluso puede que se lleve de premio y recuerdo un revolver sin balas.
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