A 45 años del estreno de Arrebato de Iván Zulueta, el documental El último arrebato nos invita a repensar la historia de una película que marcó a varias generaciones, desdibujando las fronteras entre documental y ficción mientras recupera material inédito y testimonios exclusivos. En el marco del Festival de Cine Europeo de Sevilla, conversamos con Marta Medina y Enrique López Lavigne, directores de este singular documental que ahonda en los misterios y la leyenda de la enigmática cinta de Iván Zulueta. Charlamos sobre la pasión, la adicción y el tiempo en el cine, y sobre cómo el propio arrebato cinematográfico termina atrapando a quien se adentra en él.

La primera pregunta que quiero hacer os la plantea Jaime Chávarri al principio del documental. Cuando vais a verle, os dice que ya está bien de hablar de Arrebato, que está harto. ¿Cómo surgió la idea de hacer este documental y por qué no seguisteis el consejo de Jaime de dejar de hablar de una película tan mítica?
Marta: Es cierto que Jaime al principio no quería… Nosotros tampoco queríamos hacer entrevistas al uso, queríamos acercarnos de alguna manera diferente. Es que, realmente, uno no se puede aproximar a Arrebato siendo ortodoxo.
Enrique: Pero queríamos documentar el entorno de las personas con las que estuvimos conviviendo durante la proyección de Arrebato en la filmoteca, con ese grupo tan cercano a Zulueta. Conocimos a ese grupo, que es exclusivo de personas muy próximas a Iván, y nosotros, que éramos de otro mundo, los vimos ahí, participando en sus vídeos, en las fiestas, en sus recuerdos. Nos pareció interesante acercarnos a ellos; ellos, por supuesto, se mantuvieron algo distantes y con precaución. Tampoco estaban muy interesados en participar en nuestra idea de hacer un documental sobre la arqueología de Arrebato.
Pero es verdad que Jaime, desde el principio, fue muy entusiasta y activo; da clases en la ECAM y es una persona que acostumbra a dejarse grabar, como en la imagen final de la película. Así que empezamos a tirar del hilo y él nos dijo: «Sí, claro, me gustaría participar», pero luego empezó a desinflarse, y cuando fuimos a su casa con la cámara, nos dijo: «No quiero hacer un mamotreto de Arrebato«. Así que le pedimos que repitiera lo que nos acababa de decir, ya que estábamos allí con la cámara, el sonido y todo. Y ahí nos dimos cuenta de que quizá tenía sentido vivir el documental en tiempo real y narrar la peripecia de dos impostores, un equipo sin ninguna relación directa con Iván Zulueta, que no pertenece a su universo, y que hace una película que, en el fondo, no tiene ni necesidad de existir, que es El último arrebato. Más allá de eso, hay un trabajo arqueológico, como rescatar esos Super 8 a los que la filmoteca nos dio acceso, a nosotros y al grupo Los Planetas, por ejemplo. Ese recurso nos permitió reformular la historia de Arrebato, haciendo dialogar la película antigua con estas imágenes nuevas, gracias a tener los derechos por parte de Paco Hoyos, el distribuidor.
Uno no se puede aproximar a Arrebato siendo ortodoxo.
Marta Medina, co-directora de El último arrebato
Marta: Arrebato es una película en la que se habla de la fusión de cine, y sobre todo de lo que ocurre detrás de la cámara, algo que finalmente impregna lo que se ve en pantalla. En ese sentido, queríamos seguir la estela de directores amateur como Pedro (Will More), que hace una película y desaparece, después José Sirgado (Eusebio Poncela) desaparece también tras su película, y luego el propio Iván Zulueta hace Arrebato y desaparece. Nosotros seguimos un poco esas huellas, las de los directores que, después de terminar su obra no se vuelve a saber nada de ellos. Zulueta pudo hacer Arrebato por múltiples circunstancias, entre ellas por ser pareja en ese momento de Carlos Astiárraga, cuyo hermano Nicolás Astiárraga financia la película. Si no, Arrebato habría sido diferente. Esa reflexión metacinematográfica también tenía que estar en nuestra película.
Además, es una película que habla de la creación, de la obsesión por crear, de la frustración que genera la creación. Yo, personalmente, me siento muy cerca de esa sensación que describe Marta Fernández Muro, cuando su personaje dice: «Mi primo llora al ver las películas, y no son películas de llorar. ¿Por qué llora? Porque no le gustan». Esa relación con la imagen, el proceso obsesivo… Hemos estado tres años trabajando, dejando muchas cosas, discutiendo, separándonos y volviendo a juntarnos. Decidimos que todo eso también tenía que estar en la película.
En ambas películas se debate si el cine, lejos de liberar, en realidad es una jaula, te atrapa y te vampiriza, tanto a los protagonistas como a los autores. Ocurrió con Zulueta en su momento y ahora con vosotros. El documental, de alguna manera, propone que tanto Zulueta como sus personajes acaban vampirizados, ya sea por el cine, por la heroína o por diferentes circunstancias. Y vosotros mismos caéis víctimas del proceso de vuestra propia película. ¿Os afectó personalmente esa experiencia?
Enrique: Mira, lo último que hemos rodado fue en mayo, hace muy poco. Y si te soy sincero, en mayo yo no quería que la película se llegara a ver; quería dejarla guardada en un cajón. ¿Por qué? Porque me exponía mucho, porque no habíamos encontrado un final satisfactorio para nosotros y porque el proceso fue muy caótico. Durante el camino, recibimos muchas negativas.

Marta: Hemos sufrido mucho desgaste haciendo la película y por momentos fue muy incómodo.
Enrique: Se nota que Eusebio Poncela no está a gusto, no quería estar en la película y lo hizo más bien por mi relación con él, como productor de Intacto, que fue su única nominación a los Goya. Y es que al final esta no es una película industrial. No hay nada en ella que se haya hecho con el objetivo de estrenarse. Es, simplemente, el esfuerzo de un grupo de personas, y si las cosas no salen, no salen.
Todo esto lo he tenido presente todo el tiempo. Hemos contado con tanta libertad como con ausencia de dinero, lo cual es fantástico porque nos permitió hacer la película que queríamos, aunque tuviera todos sus errores. En realidad, nunca había una necesidad de estrenar. No había intención de estar en festivales, ni siquiera de mostrarla, salvo a nosotros mismos.
Una vez que ensamblamos las piezas, nos dimos cuenta de que realmente había algo de cada uno ahí… Yo tengo mi propia película, la que me gusta está dentro de esta. Después de haber hecho setenta películas, veo que las películas almacenan cosas, se quedan para las personas, y eso era lo que a mí más me interesaba de esta. Marta buscaba otra cosa. Chávarri quería explorar su faceta interpretativa y, seguramente, con su propia agenda contar algo sobre el final, como decirle a su amigo: «No estuve». Creo que todos, de forma inconsciente cuando hacemos algo, no somos capaces de dilucidar realmente por qué lo hacemos, más allá del algoritmo que ahora sepulta la creación. Yo ahora mismo, después de haber estado en Donosti en septiembre, en Sitges, en la Seminci y ahora en Sevilla, en los cuatro festivales más importantes, sigo sin poder explicarte ciertos aspectos de la película. No puedo explicar por qué insistí en pedirle a Chávarri, a Eusebio, a Marta, o a gente que nunca había hablado antes como Virginia Montenegro o Carlos Astiárraga, que hablaran sobre su amigo fallecido. Seguramente, muchos preferirían no compartir esos recuerdos. Y cuando haces la pregunta, casi siempre estás más cerca del no que del sí. Entonces… ¿Por qué? No lo sé.
Marta: Y luego, en Arrebato, lo dice muy bien Carlos Heredero, Zulueta se vuelca, pone todas sus obsesiones, lo deja todo. Además, el proceso de montaje fue bastante largo y, como dice también Carlos Astiárraga, fue algo muy doloroso. Por eso pagó un peaje. Y al final te das cuenta de que hacer una película implica eso, que tiene que ser obsesiva, porque te vas inflando y desinflando. Gracias a Dios que la hemos hecho juntos, porque hubo momentos en los que yo pensaba: «No, mira, ya está, tiro la toalla». Pero Enrique, que es siempre una fuerza motora impresionante, insistía: «No, no, hay que acabarlo». Luego, hemos discutido mucho, hemos tenido muchas discusiones creativas que, a su vez, se convertían también en discusiones personales. Lo bueno es que, al final, después de haberlo pasado mal, también hemos crecido de otra forma.
Enrique, comentas que en la película tenías miedo de exponerte. Pero yo, como espectador, veo que muchas veces pareces estar en un segundo plano, grabando con el móvil, mientras Marta es la que se enfrenta a muchas situaciones complicadas. Por ejemplo, con Eusebio, con Jaime… Pienso en la secuencia de Eusebio, donde perfectamente podrías haber dicho: «Mirad, yo no tengo por qué aguantar esto».
Marta: Yo con Eusebio, en ese momento sí que lo pasé mal, no te voy a engañar.
Enrique: Ahí la decisión es del cámara de seguir rodando. Una decisión en contra de lo que nosotros queríamos, pero que al final decidimos que tenía que estar en la película.
Marta: Sí, pero también pasa que siempre se habla del cine, del director, de esa figura de la creación como alguien que está muy seguro de lo que hace, que tiene todas las respuestas. Y esa figura de autoridad, a veces, se ve casi como algo mitológico. Pero luego, hablando con otros directores, muchos cuentan que lloran haciendo las películas y lo pasan mal. Enseñar esas vulnerabilidades creo que está bien, porque es parte del proceso creativo. Luego, claro, el enfrentamiento fue realmente muy duro, pero también ahí aprendes y dices: joder, lo que tenía Eusebio es que era indomable, y eso le hace un actor tan especial y tan puro. Esa es la dificultad del cine, que no es solo hacer como que haces algo, sino realmente hacerlo. Es una representación, pero también tienes que encontrar esa verdad.

¿No os da miedo que muchas veces la gente vea la película y piense: esto es un paripé que están haciendo, todo es una actuación?
Marta: Yo sé que hay gente que lo piensa. Sí, pero por otro lado, es así como ha salido y además sabemos que es honesto. Sé que puede parecer impostado, pero es coherente con lo que queríamos contar.
Enrique: Pero ya Andrés Duque hizo una película fantástica que se llama Iván Z, con el propio Zulueta. Es decir, es como un fantasma en la casa. Nosotros no teníamos ese acceso. La película que nos quedaba por hacer es esta en la que dos personas se meten en un proceso que parece que ya está acabado. Hay cosas maravillosas, como descubrir de repente que la voz no era de Will More, sino del propio Zulueta. Habíamos estado mucho tiempo jugando a hacer esa voz en off para unir la película, para que no fueran solo fragmentos elípticos. Y ese descubrimiento surge en los últimos días de rodaje, a finales de abril, en el mismo día del apagón. Pensé: «Guau, esto es un regalo». Solo por eso merece la pena, solo por saber dónde está enterrado Zulueta.
Esta es la peripecia de dos impostores que no conocen a Iván Zulueta ni están cerca de su universo para hacer una película que no tiene necesidad de existir.
Enrique López Lavigne, co-director de El último arrebato
Marta: Hay una cosa que es casi mágica. Aquí ya me pongo un poco esotérica, pero es que han coincidido diferentes personas, sin tener toda la información, llegando a las mismas conclusiones. Además, con los montadores y toda esa gente, parece que las ideas están ahí, nadie las ha puesto y, de repente, surge una sintonía, algo que de golpe, ¡pum!, lo atrapas. Que Carlos Astiárraga y Virginia Montenegro quisieran hablar después de tantos años, sin necesidad, sin buscarlo, es algo que tiene esa magia.
Hay mucha gente que quiere hablar, pero en realidad los que más interesan son los que no quieren hacerlo. En el documental, por ejemplo, aparecen Cecilia Roth, Eusebio Poncela, Marta Fernández Muro… Pero creo que no cabe duda de que Jaime Chavarrí es el hilo conductor, el alma mater de la película. ¿Era eso algo que teníais pensado desde el principio?
Enrique: Para nada, pero también te digo que sin eso no habría habido película. Esta es una película sobre Iván Zulueta, interpretada por Jaime Chávarri y dedicada a Eusebio Poncela. Eso ya indica que estás hablando de tres personalidades de una generación de la transición, capaces de luchar no contra un régimen, sino contra una manera de ser. Vinieron a romper esquemas. Y creo que, de forma involuntaria, esto es un homenaje a Jaime, aunque él mismo no lo perciba.
Obviamente, también es un homenaje a alguien que desaparece en la película, que es Eusebio. Por supuesto, arranca como un homenaje a Iván, pero es algo más que solo eso. Es una sensación: el último plano de la película es Iván mirando hacia abajo. Él sigue ahí, sigue en esa casa. Y a nosotros nos queda esa sensación, la película termina con la música de Borja Zulueta, de Brakamán, que me acuerdo que Virginia Montenegro me dijo muchas veces: «Dime que vas a meter la canción». Y yo le dije que sí.

Marta: Lo interesante también es que esas imágenes que se grababa Zulueta, grabándose a sí mismo en su casa, él las habitaba. Y al final esas mismas imágenes que tomamos acaban habitando también nuestra película. Es como quedarse dentro de las imágenes.
Vosotros, además, venís de generaciones y formaciones diferentes. Enrique viene de estudiar derecho y aprende a hacer cine casi sobre la marcha; y Marta, en cambio, viene de la ECAM, de estudiar cine, de un contexto más analítico. ¿Cómo conjugáis esas dos fuerzas?
Enrique: Pues mira, para empezar, si no nos hubiéramos conocido, esta película no existiría. Eso, de entrada. No lo sé… Nos gusta mucho hablar de cine, pero en realidad somos dos generaciones diferentes.
Marta: Sí, pero somos gente muy pesada. Vemos una película y, aunque haya pasado poco tiempo, la seguimos recordando. Hace poco, por ejemplo, estábamos en el Festival de San Sebastián, salimos a un cóctel, volvemos al hotel a las dos de la mañana… ¿Y qué hacemos? Hablar durante una hora y media de Los domingos que aun estaba dando vueltas en nuestras cabezas. Desgranándolo absolutamente todo.
Hubo momentos en los que pensaba: «ya está, tiro la toalla». Pero Enrique, que es una fuerza motora impresionante, insistía: «hay que acabarlo». Hemos discutido mucho. Discusiones creativas que también eran personales. Pero hemos crecido, habiéndolo pasado mal.
Marta Medina, co-directora de El último arrebato
Enrique: Esta película hubiera sido diferente si la hubiera hecho Marta sola o yo solo, o yo con Vigalondo, que es la persona con la que más he hablado de Arrebato en mi vida.
Marta: Y eso está bien, porque venimos de dos mundos muy diferentes. Además, él tiene una naturaleza más salvaje…
Enrique: Marta es mucho más analítica.
Marta: Yo soy mucho más racional.
Enrique: Yo apenas tenía relación con Chávarri y Marta es uña y carne con él. En cambio, yo tenía relación con Eusebio, pero él no tenía la misma química con Marta.

Marta: También está ese punto en el que Enrique es una fuerza de la naturaleza, una persona optimista que siempre hace que las cosas sucedan, hace que las cosas pasen. Mi naturaleza es mucho más romántica y negativa, tiendo más hacia abajo, así que esas fuerzas opuestas, que a veces una sube y otra baja, se van equilibrando, y creo que por eso funciona tan bien trabajar juntos.
Enrique, has participado en más de 70 películas, como productor, productor ejecutivo, guionista, director… En algunas de las películas más importantes y taquilleras de la historia del cine español. Y ahora diriges un proyecto que tú mismo reconoces que probablemente ni siquiera sea viable. ¿Cómo te mueves entre esos dos polos?
Enrique: Siempre me han atraído los polos opuestos. Me gusta mucho el cine popular, tal como yo lo entiendo: un cine accesible, pero con retos: como Mortadelo y Filemón, Lo imposible… Pero también me gusta muchísimo el cine experimental, es lo otro que más disfruto. Me interesan esas películas que de repente rompen esquemas, que aparecen en lugares donde nadie espera que estén. También soy artífice—o víctima—de películas malditas, a veces maldita la gracia, como Gente en sitios o El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo que hice con Cavestany y que co-dirigí, una película adelantada a su tiempo con el tema del post-humor. Me gusta lo experimental, incluso dentro de lo popular. Pero hay muchos productores que lo hacen mucho mejor que yo en otros campos, pero es que a mí me atraen las cosas que se salen de lo normal. Por eso, El ultimo arrebato me representa bastante bien en ese sentido.
Esta no es una película industrial. No hay nada que se haga con la finalidad de que se estrene. Simplemente es el esfuerzo de un grupo de personas.
Enrique López Lavigne, co-directora de El último arrebato
Marta: Yo, desde que le conocí, siempre digo: lo que quiero es romperte la cabeza con un martillo, para sorberte el cerebro con una pajita, porque Enrique es una esponja que lo absorbe todo, lo lee todo, lo escucha todo: lo alto, lo bajo, todo, todo.
En cambio tú, Marta, estás prácticamente empezando. Escribiste el guión de una película de acción pura y dura, como Asedio…
Marta: Sí, sé que es poco habitual, pero todo fue gracias a Enrique y a Miguel Ángel Vivas por darme esa oportunidad. Aunque a mí me da mucho miedo, también me gusta mucho la terapia de choque. Me dan miedo las cosas, pero pienso: venga, lánzate a hacerlo, porque al final puedes hacerlo. Así que sí, me lancé a escribir Asedio, una película con peleas, de acción adrenalítica. Pero en mi aportación también está toda esa parte periodística, social, de investigación, de los dramas de los desahucios que también me interesaba.
El último arrebato (Marta Medina & Enrique López Lavigne, 2025)

Entrevista a Marta Medina y Enrique López Lavigne realizada el 8 de noviembre de 2025 dentro del Festival de Cine Europeo de Sevilla por Paco Casado. Editada para aportar claridad.